Los próximos años estarán lejos de ser los mejores de la historia de la NASA en el campo de la exploración interplanetaria, donde el poco interés de la actual administración por ella, reflejados en los recortes monetarios que afronta la sección planetaria de la agencia, una planificación errática fruto de la lucha partidista que se vive cada año a la hora de aprobar presupuestos y sobrecostes exagerados en algunos proyectos, como el futuro telescopio James Webb, nos llevan a un escenario como mínimo poco optimista, con solo 3 misiones aprobadas de aquí a 2020. A estas pocas nuevas sondas, junto a las que puedan seguir en activo hasta la próxima década, y cuyo número invariablemente irá en descenso por la propia lógica del paso del tiempo, se aferra un programa de exploración antaño deslumbrante.
OSIRIS-REx (Origins Spectral Interpretation Resource Identification Security Regolith Explorer), de la clase New Frontiers, es una de esas pocas nuevas sondas interplanetarias que la NASA lanzará los próximos años, una misión parecida a la que protagonizó la Hayabusa de la JAXA, más ambiciosa en sus objetivos pero igual que ella en lo esencial: Traer muestras de un asteroide para su análisis en laboratorios terrestres. Una misión ya aprobada pero que antes debía ser evaluada Mission Critical Design Review (CDR), un comité de expertos tanto de la NASA como de organismos independientes para revisar todo su diseño y dar luz verde a la construcción de la sonda, los instrumentos de vuelo y sistema de tierra, y las instalaciones de apoyo para el lanzamiento. Y esta ya es una realidad.
"El equipo de Osiris-Rex ha demostrado consistentemente su capacidad para presentar un diseño integral de la misión que cumple con todos los requisitos dentro de los recursos proporcionados por la NASA", explica Dante Lauretta, investigador principal de la Universidad de Arizona, Tucson."Este es un gran equipo. Sé que vamos a construir unos sistemas de vuelo y tierra que corresponde a los desafíos de esta ambiciosa misión".
Si todo sigue a partir de ahora el plan previsto esta sonda iniciará su viaje a finales de 2016, alcanzando al asteroide 101955 Bennu en 2018. Después de estudiarlo en profundidad durante algo más de 500 días terrestres realizará una lenta aproximación hasta llegar lo suficientemente cerca de la superficie como para extender su brázo robótico y extraer muestras de ella, alrededor de unos 60 gramos. Finalmente, en 2023, regresará a La Tierra, lanzando una cápsula con este material hacia ella, preparada para sobrevivir al ingreso en la atmósfera, y posteriormente recuperada.
En definitiva una noticia optimista en un escenario global que está lejos de serlo. OSIRIS-REx forma parte de esa limitada actividad en el campo de la exploración interplanetaria que la NASA afrontará los próximos años, independientemente de que la próxima nueva administración de la Casa Blanca (y por extensión de la propia Agencia) presente una actitud totalmente opuesta, ya que estos proyectos necesitan años de diseño y construcción antes de ser una realidad, por lo que el tiempo perdido ahora no es recuperable. Por ello, aunque solo sea como una forma de mantener vivo el sueño a la espera de tiempo mejores, bienvenida sea esta nueva exploradora.
La misión Osiris-Rex y su objetivo, el asteroide Bennu, considerado potencialmente peligroso para La Tierra, con posibilidades (aunque extremadamente bajas, por debajo del 0,1%) de que pudiera colisionar con ella a finales del siglo XXII.
El efecto Yasrkovsky, el cambio en la rotación y órbita de un cuerpo como efecto de la emisión de radiación infrarrojo por una superficie calentada previamente por la luz solar.
Bennu visto por el Radiotelescopio de Arecibo.
El punto final de la misión Osiris-Rex, el envío de la cápsula de muestras hacia La Tierra. A partir de aquí será la hora de los laboratorios desvelar de estas muestras toda la información posible.
Tocando un asteroide.
Construction to Begin on NASA Spacecraft Set to Visit Asteroid in 2018
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