Nombre romanizado de dios Griego Hefesto, era una deidad intimamente ligada al fuego, por lo que no fue casualidad que en la segunda mitad del siglo XIX se bautizara con este nombre un planeta que no se había descubierto pero del que pocos dudaban de su existencia y tan cercano al Sol que debía ser un lugar infernal. Un nombre muy adecuado, sin duda. ¿Pero de donde salió ese curioso convencimiento en su existencia? La respuesta se encuentra en las leyes desarrolladas por un hombre llamado Isaac Newton.
Cuando anunció la famosa ley de gravitación universal a principios del Siglo XVIII fue una revolución increible. Con ella se podía entender, explicar y calcular el movimiento planetario de forma exacta, aunque no era del todo cierto. La influencia gravitatoria entre los diferentes cuerpos planetarios hacía que las trayectorias no encajaran del todo al ver perturbada ligeramente su órbita, asi que durante 200 años los físicos de todo el mundo centraron sus esfuerzos en desarrollar complejas ecuaciones que permitieron confirmar la validez de los principios expuestos por Newton. Y no solo eso, sino que a partir de las perturbaciones detectadas en un cuerpo conocido se podría ser capaz de descubrir la posición, masa y órbita de otro aún no descubierto. Algo que se afianzó cuando se descubrió oficialmente Urano (se había observado anteriormente, pero fue confundido con una estrella) en 1781.
La órbita de este nuevo miembro no coincidía con la trayectoria prevista, por lo que se dedujo la existencia de otro planeta más alejado. En 1846, y a partir de los cálculos del astronomo Leverrier, que se había basado en la ley de la gravitación, se descubrió Neptuno. La mecánica de Newton se encontraba en su máximo esplendor, no solo podía calcular las trayectorias de planetas conocidos, sino que además anticipó la existencia de uno aún no descubierto. Pero había otra irregularidad por explicar.
Mercurio se mostraba rebelde. Su altamente elíptica órbita presentaba una pequeña variación, moviendose lentamente su perihelio alrededor del Sol a razón de una centésima de grado por Siglo. Era un movimiento que no cuadraba con la mecánica ampliamente aceptada y pronto se llegó a la conclusión de que la única explicación posible era la existecia de un planeta interior a Mercurio que perturbara su órbita. La leyenda de Vulcano nacía y durante décadas astrónomos de todo el mundo dedicaron su esfuerzo en buscar el planeta fantasma, aunque para ellos su existencia era segura, porque era la única explicación posible en ese momento...a no ser que la mecánica de Newton no fuera tan cierta como se pensaba, lo que era impensable. Asi que la búsqueda continuó.
Hasta bien entrado el siglo XX continuó, pero todo fue inutil. Por más cálculos que se hacían, por más que se buscaba, Vulcano no aparecía. Se multiplicaron los anuncios de avistamientos del deseado planeta, pero que siempre resultaron ser falsas. Las manchas solares engañaron de forma recurrente a una comunidad astronómica que esperaba el descubrimiento con ansiedad. Es lo que suele pasar cuando existe una idea preconcebida, que termina por ver lo que se quiere ver y no lo que hay realmente (como pasó con los famosos canales de Marte). Incluso los eclipses totales de Sol fueron observados desde todos los lugares imaginables, incluso peligrosos, buscando al esquivo Vulcano.
Pero cuando el desconcierto era mayor surgio una figura inesperada para resolver el callejon sin salida en que se encontraba la comunidad cientifica y a dar un duro golpe a la hasta entonces inquestionada mecánica de Newton. En 1915, Albert Einstein sacudió toda las ideas sobre el cosmos con su famosa Teoría Especial de la Relatividad . Con un concepto de la gravitación basado en la curvatura del espacio-tiempo, esta explicaba las perturbaciones de la órbita de Mercurio sin necesidad de la existencia de un planeta invisible. La mecánica de Newton no era tan perfecta como se pensaba. No era incorrecta, pero se hizo evidente que no podía abarcarlo todo y que existían factores que la sobrepasaban.
Vulcano, en mundo que solo existió en la mente humana, desapareció enterrado por la nueva fisica, pero se negó a desaparecer por completo. Incluso en fechas tan tardías como en 1971 se anunció un posible avistamiento. Demasiados años convencidos de que el infernal mundo del dios Hefesto estaba ahí, escondido en el resplandor de Helios, como para desaparecer con tanta facilidad..
Vulcano y el fin de la mecánica de Newton
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