Nuevos secretos descubiertos en los datos de la Voyager 2.
Uno de los principios de una misión interplanetaria es que el trabajo y los descubrimientos no se limitan a la existencia misma de la sonda, sino que el caudal de información reunido suele dar para años de investigación, a lo que se suma el hecho de que el avance en las técnicas y tecnologías de análisis de datos hace que periódicamente se regrese a ellos, aplicando dichas novedades para localizar cosas que se hubieran pasado por alto anteriormente. La sonda física puede irse, seguir su camino o dejar de existir, pero una sonda virtual mucho más longeva le sobrevive, navegando en un universo virtual.
En 1986 la Voyager 2 se convirtió en la primera (y de momento única) que visitaba Urano, el "gigante tumbado", con su eje de rotación apuntando al Sol y un campo magnético completamente caótico resultado de esta extraña situación, quizás fruto de un gran impacto al principio de su existencia. Han pasado 34 años de ese momento histórico, y por ello podríamos pensar que todo lo que podíamos aprender de los datos enviados ya lo aprendimos. Pero parece que aún guardan cosas, pequeñas sorpresas que se pasaron por alto. El sobrevuelo de Urano, en cierta forma, nunca terminó del todo.
Y es en los datos magnéticos, ahora revisitados y analizados con una profundidad sin precedentes hasta la fecha, trazando nuevos puntos de medición que abarcan menos de dos segundos de tiempo entre cada uno de ellos, donde apareció algo que no se había visto hasta ahora, un abrupto "zigzag" en las lecturas del magnetómetro de la sonda, de apenas 1 minutos de duración. La interpretación de todo ello es que la Voyager 2 cruzó, sin que se percibiera en esa época, lo que se conoce como un plasmoide, una enorme burbuja de plasma incrustada en el campo magnético de un planeta y que con el tiempo se termina desprendiendo como una gota de lluvia, pudiendo drenar los iones de la atmósfera de un planeta, cambiando fundamentalmente su composición.
No era pequeña ciertamente, ya que se estima que tenía unos 204.000 kilómetros de largo, y hasta aproximadamente 400,000 kilómetros de ancho, algo más que la distancia media entre la Tierra y La Luna, y mucho mayor que el propio planeta. Un gigante invisible que la sonda cruzó rápidamente, captando su presencia, aunque nosotros no fuéramos capaces de verlo. Solo ahora, 34 años después, lo hemos hecho. La Voyager 2 ya está muy lejos, rumbo a las estrellas, pero de alguna forma su espíritu sigue explorando esta extraño mundo, tan lejano y desconocido.
La Voyager 2 sobrevoló a 81,433 kilómetros de la cimas de las nubes de Urano, recopilando datos que revelaron dos nuevos anillos, 11 lunas nuevas, temperaturas inferiores a -214 grados Celsius y un caos magnético fruto de su extraña inclinación.
Revisiting Decades-Old Voyager 2 Data, Scientists Find One More Secret
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