Desde el final del programa de los transbordadores por parte de la administración Obama la que podemos considerar la primera potencia espacial del planeta se encontró con la extraña, y hasta cierto punto vergonzosa situación, de carecer de la capacidad de enviar misiones tripuladas a la órbita terrestre, dependiendo totalmente de una Rusia con la cual las relaciones han ido cada vez a peor, mientras otra potencia emergente, China, demostraba al mundo que ahora podían enviar astronautas con sus propios medios. Muchos ciudadanos de los EEUU, y quizás con razón, lo han visto como algo imperdonable, una situación de debilidad impensable años atrás.
Como respuesta la misma administración que canceló el Programa Constelación y con el el desarrollo de la nave Orión en 2010, hizo una clara apuesta por el sector privado, buscando en el gente dispuesta al desafío de desarrollar naves tripuladas de forma relativamente rápida, todo apoyado, claro está, por un más que amplio programa de subvenciones. El objetivo, superar la dependencia con Rusia y poner de nuevo al país en el lugar que le correspondía. Y no pocos, encabezados por la sorprendente Space X, respondieron a la llamada, cada uno con su propio proyecto, algunos más revolucionarios en sus planteamientos, otros más conservadores y buscando partir de lo ya conocido y probado. Una carrera alimentada por la NASA con fuertes inversiones, ya que dificilmente ninguna de ellas, solo con sus recursos, al menos en esta fase inicial, podrían haber afrontado los gastos necesarios para ello.
En agosto de 2012 la NASA anunció que los ganadores del concurso CCiCap (Commercial Crew Integrated Capability) eran las naves Dragon, CST-100 y Dream Chaser, esta última toda una sorpresa ya que apostaba por un diseño ligado al de los ya desaparecidos Space Shuttle, aunque mucho más pequeños, superando así precisamente lo que hizo que estos nunca fueran ecnonómicamente rentables como medio de transportar tripulantes al espacio. Sobra decir que era el preferido por el gran público. Todos ellos recibieron fondos para continuar su desarrollo.
Pero la NASA no podía, y menos afrontado el proyecto del gigantesco cohete SLS y la resucitada nave Orión (impuesta por el Senado y no una decisión presidencial), financiar 3 sistemas de lanzamiento para misiones tripuladas durante demasiado tiempo. Y finalmente se anunció este pasado 16 de Septiembre el ganador definitivo del contrato de casi 7.000 millones de Dólares ofrecido por la Agencia Espacial, o mejor dicho los ganadores: La Dragon V-2 de Space X y la CST-100 de la compañía Boing, que se repartiran esta suma, 2.600 millones para la primera y 4.200 para la segunda. Como era previsible el transbordador Dream Chaser finalmente fue descartado, para disgusto de muchos aficionados, que preferían sus elegantes curvas aerodinámicas de este pequeño avión al diseño relativamente más tosco de sus adversarios, que giran alrededor del concepto de las cápsulas espaciales.
Que Dragon V2 sea una de las ganadoras no fue una sorpresa. Space X lleva una clara iniciativa en la carrera espacial privada, su Dragon no tripulada ya viaja regularmemente a la ISS y dispone de una familia propia de cohetes lazandera (Falcon), que posiblemente crecerá más en el futuro. Por tanto, aunque es la que estaba más verde en algunos conceptos claves, la elección de su propuesta, que mezcla conceptos tradicionales con otros de vanguardia, con su espectacular sistema de aterrizaje, era casi un secreto a voces. La elección de CST-10, con diferencia la más conservadora de las 3 propuestas, y que básicamente no añade nada al diseño tradicional de las cápsulas espaciales, es más discutible, aunque precisamente ese conservadurismo, apoyándose en tecnologías ya veteranas y por ello ampliamente puestas a prueba, hizo que fuera la mejor clasificada a la hora de superar las exigencias impuestas por la NASA.
El año 2017 está marcado vomo la fecha en la que tiene que tener lugar el primer vuelo de ambas naves, aunque es posible que Space X quiera adelantarlo hasta 2016. Cada una de ellas afrontará como mínimo un vuelo de prueba a la ISS con un astronauta de la NASA (tan valiente como los que viajaron en el primer vuelo de un transbordador espacial, el Columbia) antes de comenzar las misiones rutinarias con una tripulación de 4 astronautas, de la que se espera que, como mínimo, se lleven a cabo 6 por parte de cada una de ellas. Lo que pase más allá dependerá de la extensión o no de la vida de la estación espacial. Y en el horizonte la Orión, la nave "oficial" de la NASA, aunque en su caso parece apuntar, aunque de momento aún sin definir claramente, hacia objetivos más lejanos.
Una cosa parece clara, esta extraña época que viviemos, donde EEUU, con toda su extraodinario historia espacial, carece de capacidad propia para enviar astronautas a la órbita terrestre, está a punto de llegar a su inevitable final. En unos años las cosas serán de nuevo como nunca deberían haber dejado de ser.
La opción conservadora: La CST-100, que básicamente adapta tal cual el diseño tradicional de los cápsulas espaciales. Su misma falta de novedades, pero, la convierte precisamente en la más segura a día de hoy.
La opción más novedosa: La Dragon V2, una cápsula con la capacidad de aterrizar por si misma de forma suave. Lo tradicional y lo novedoso se dan la mano para una nave que tiene la ventaja de disponer de su propio sistema de cohetes lanzaderas y la experiencia ya demostrada de Space X.
La opción perdedora: Una versión en miniatura de los transbordadores, con sus ventajas y ninguno de sus inconvenientes principales y que recuerda al finalmente nunca realizado proyecto europeo Hermes. Era la preferida por los aficionados por razones evidentes, pero el tiempo de los "aviones espaciales", al menos por lo que respecta a la NASA, ya es parte del pasado.
NASA Picks SpaceX, Boeing to Fly US Astronauts on Private Spaceships
2 comentarios:
El Dream Chaser es más parecido a los proyectos soviéticos Spiral y BOR-4.
Tienes razón, fuí un poco "occidentalcentrista" y me olvide de los proyectos soviéticos ;)
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