En Septiembre de 2015 los sensores de LIGO (Observatorio de interferometría láser de ondas gravitatorias) anunciaban al mundo que las ondas gravitaciones, pliegues en el tejido espacio tiempo generados por eventos energéticos masivos, que se extienden como las olas en un estanque y predichos por la Teoría de la Relatividad de Einstein era una realidad. Con ello se abría una puerta a una nueva visión del Universo hasta hora inalcanzable. Si hasta ahora lo veíamos, a partir de ahora seríamos también capaces de escucharlo, captando eventos que de otra forma serían invisibles para nosotros. Pero para llegar a hacerlo en toda su magnitud deberemos hacerlo desde el espacio:
Allí deberemos ser capaces de captar las minúsculas fluctuaciones en la distancia entre objetos separados por millones de kilómetros, y libre de los ruidos sísmicos, térmicos o gravitacionales que limitan el rendimiento de los detectores terrestres.
Durante las mismas fechas del transcendental anuncio una nueva misión espacial afrontaba sus últimas etapas antes de su lanzamiento, previsto para principios de 2016. Conocido como LISA Pathfinder, su objetivo era poner a prueba las tecnologías necesarias para lograrlo. Abrir el camino, como indicaba su propio nombre, para el esperado observatorio LISA. Fue un capricho del destino que ambas cosas condicionaran casi en el tiempo, y en cierta forma hizo de el algo aún más trascendental. Si cuando se diseñó y comenzó la construcción tenía como meta final ayudar en su búsqueda, cuando se completó estas ya eran una realidad. Ahora todo daba un salto adelante, ya no se trataba de encontrarlas, ahora se trataba ya de escucharlas. Lo que LISA Pathfinder pusiera a prueba no sería nuestra apuesta por saber si existen. Ahora se trabajaba sobre seguro. Estaban ahí, esperando.
LISA partió el 3 de diciembre de 2015, alcanzando su órbita operativa a aproximadamente 1,5 millones de kilómetros de la Tierra en dirección al Sol a finales de enero de 2016. A bordo un par de cubos de Oro y Platino idénticos, de 2 kg de masa y 46 mm de longitud, situados a 38 cm de distancia entre sí y rodeados, pero sin contacto alguno, por una vehículo principal es aislarlos de toda influencias externas, ajustando su posición continuamente para evitar cualquier cambio. La idea es que solo la gravedad afectara la distancia entre ellas. O mejor dicho, el paso de una onda gravitatorio que estirara y comprimiera el tejido del espacio entre ellas.
No era este el objetivo, ya que la separación es demasiado pequeña (deberían estarlo millones de Kilómetros), sino lograr precisamente que ambos cubos se mantuvieran complemente estables, inmóviles uno con respecto a otro casi de forma absoluta, sin ser afectados por nada más que por la propia gravedad. Demostrar, en definitiva, que tenemos la tecnología para conseguir, en el espacio, una precisión cerca del absoluto. Y se logró. Paul MacNamara, admite que "las mediciones han superado hasta las expectativas más optimistas. El nivel de precisión inicialmente exigido para LISA Pathfinder se alcanzó el primer día, así que pasamos las siguientes semanas mejorando los resultados en un factor de cinco" Estos extraordinarios resultados muestran que, en general, el control sobre las masas de prueba ha alcanzado el nivel necesario para crear un un observatorio de ondas gravitatorias en el espacio realmente fiable
Casi de forma absoluta, aunque no del todo. La propia órbita de la nave o el ruido de los sensores de seguimiento de estrellas, utilizado por el vehículo para orientarse, fueron suficientes para generar minúsculas interferencias, aunque todas ellas estaban identificadas plenamente. Y no sería un problema para el futuro observatorio espacial LISA, puesto que cada masa se instalaría en de su propia nave, vinculándose al resto de masas a millones de kilómetros por medio de láseres."Con la precisión alcanzada por LISA Pathfinder, un observatorio de ondas gravitatorias en el espacio sería capaz de detectar las fluctuaciones provocadas por la fusión de agujeros negros supermasivos en cualquier galaxia del Universo", aclara Karsten Danzmann, director del Instituto Max Planck de Física Gravitacional. Tan bueno son los resultados que existe ya cierta presión para dar los primeros pasos para hacer al ambicioso proyecto LISA realidad.
El sobrenombre Pathfinder (que se puede traducir como pionero o descubridor de caminos) no podría ser más acertado. Y aunque su misión dista de haber concluido, y se seguirán con las pruebas para conseguir precisiones aún mayores, su objetivo está ya cumplido.
Los dos cubos de Oro y Platino, el corazón de LISA Pathfinder.Lograr una estabilidad entre ellos casi absoluta era la meta buscada y ahora lograra. El siguiente paso, LISA.
LISA será el gran proyecto europeo para la detección de ondas gravitacionales, 3 ingenios separados por millones de Kilómetros, distancia necesaria para captar en toda su extensión esas tenues ondas. Pathfinder estaba diseñada para preparar la tecnología necesaria.
LISA Pathfinder supera las expectativas
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