Entre 2003 y 2010 asistimos a una de las odiseas más extraordinarias de la historia de la exploración espacial. No solo por la misión en si misma, que apuntaba hacia un ambicioso programa de exploración de este asteroide, incluida la extracción de muestras para llevarlas a la Tierra, sino que pudiera afrontara la sucesión de desgracias que se abatió sobre ella y al final, en un golpe de fortuna dentro de las olas de desgracia, consiguiera llevarse recoger material después de un no previsto aterrizaje sobre la superficie. El complejo sistema de recogida no funcionó, pero por azar ese contacto directo levantó algo del suelo del asteroide, y algo de el terminó dentro del receptáculo de recogida.
Tan accidental fue lo ocurrido que en realidad nadie sabía si Hayabusa, casi arrastrándose a causa de diversos problemas técnicos, había realmente recogido algo o si, por el contrario, dentro del módulo de muestras los técnicos de la JAXA no encontrarían nada de nada. Pero cuando finalmente llegó el día, la sonda se desintegró en la atmósfera terrestre sobre los cielos de Australia, y el módulo aterrizo en las desérticas planicies de esta isla-continente, los científicos japoneses (y por extensión de todo el mundo) pudieron celebrarla: Aunque en cantidades ínfimas, había muestras del asteroide, unos 1500 granos más pequeños que el grosor de un pelo humano. Un tesoro extraordinario, al ser material no alterado por la entrada atmosférica ni las condiciones del entorno, como suele ocurrir con los meteoritos. Y aún hoy bajo análisis.
Y el más reciente de todos ellos, realizado mediante la conocida como microtomografía computarizada de rayos X, nos revela ahora la violenta historia de Itokawa, y por extensión la que reinaba en el Sistema en tiempos pasados, desvelando diferentes patrones en la superficie de los granos de materia traída por Hayabusa. Un trabajo extraordinario si se tiene en cuenta el tamaño microscópico de todos ellos.
¿Que nos dicen estas señales del pasado? El más antiguo, fechado hace 4.500 millones de años, muestra de cristalización del calor intenso cuando era parte de un asteroide más grande. El segundo patrón indica una gigantesca colisión hace unos 1.300 millones, seguido de otro formado por la exposición al viento solar. Finalmente un 4º patrón se formó por la fricción entre ellas. La conclusión final es que Itokawa no siempre existió en su forma actual. Cuando nació era alrededor de 40 veces más grande de lo que es ahora. El asteroide original resultó destruido, y los investigadores piensan que el actual se reconstruyó a partir de fragmentos del cuerpo principal.
Si todavía hay alguna duda persistente sobre la naturaleza violenta de la historia del Sistema Solar, los granos que nos entrego Hayabusa en su odisea la disipa por completo, mostrando un Itokawa que sufrió una historia violenta y destructiva, siendo en realidad un resto de lo que fue antaño. El legado que dejó tras de si la sonda que superó lo imposible, que logró sobrevivir cuando todo parecía en contra, nos sigue sorprendiendo. Su viaje, tan agónico como heroico, valió la pena.
Itokawa visto por Hayabusa, cuya sombra se proyecta en la superficie. Su aspecto, casi como una montaña de fragmentos reunidos, refleja bien el que fue su agitado pasado.
Los patrones observados en los granos de material traído por Hayabusa. Todos ellos son como páginas de un libro, donde quedaron registrados los principales acontecimientos sufridos a lo largo de sus 4.500 millones de años de historia.
Returned Samples Of Asteroid Itokawa Show Violent 4.5 Billion Year History
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