La contante lluvia de objetos de origen humano que se desintegran cada año en la atmósfera sin ser conscientes de ello.
La se convirtió, en sus últimos días de vida, en centro de la atención mediática, en parte por desconocer donde se produciría su reentrada en la atmósfera, en parte por el desconocimiento y cierto gusto por el sensacionalismo de los medios, así como en Internet. Durante todo este tiempo se instaló entre la gente de a pié una cierta sensación de alarma, de peligro, y sobretodo como un evento extraordinario. La realidad, pero es que ni una cosa ni la otra. Por un lado, con sus poco más de 8 toneladas de masa,
poco o nada sobrevivió a la fricción atmosférica, y por otro estamos ante algo mucho más común de lo que pensamos.
Según estimaciones de la Oficina de Desechos Espaciales de la Agencia
Espacial Europea (ESA), cerca de 100 toneladas al año de objetos de fabricación humana de desintegran en la atmósfera de la Tierra. Satélites inoperativos, etapas superiores de cohetes de impulsión, todo tipo de fragmentos de basura espacial y, como es el caso, estaciones orbitales. Lejos de ser un acontecimiento extraordinario, es una situación que puede clasificarse hasta de habitual y monótona, que se repite una media de 50 veces por año. Por ese motivo existen redes de seguimiento que monitorizan estas situaciones.
Que algo así ocurra es una buena noticia para el acceso al espacio, ya que implica que hasta cierto punto, al menos en las órbitas bajas, existe un constante proceso de limpieza, fruto de la fricción atmosférica, muy tenue pero tan real que obliga a la ISS a periódicas maniobras para elevar su órbita.¿Pero y los que vivimos aquí "abajo? Que riesgo real tenemos de vernos afectado por algún fragmento de esta constante lluvia de metal? Muy baja en realidad, tanto por simple estadística, por el hecho de que 3/4 partes del planeta estén cubiertos de océanos, como porque la inmensa mayoría no sobreviven al intenso calor de la rentrada. Solo en unos pocos casos, protagonizados por satélites muy compactos o grandes estaciones orbitales, algunos restos pueden alcanzar la superficie. Pero las posibilidades estadísticas que de que algo así de alcance es ínfima, 60.000 veces menor de que te alcance un rayo.
Tampoco hay que olvidar que muchas de ellas son controladas, planificadas para que se precipite en un punto concreto del océano Pacífico, el llamado "Cementerio de naves espaciales". No fue el caso de la Skylab, de 74 toneladas, en 1979, la mayor caída fuera de control registrada, con restos de gran tamaño llegando a tierra en diversos puntos de Australia, afortundamente sin daños. La ISS, aún más colosal, realizará cuando llegue el momento una caída controlada.
En definitiva, y aunque de forma periódica una de estas caídas se convierte en centro de atención por diversos motivos, en realidad es un acontecimiento que se produce con regularidad, aunque pasen desapercibidos. Eso no significa que no debamos mantenernos en alerta. Al fin y al cabo si tenemos casos de personas, casas y coches golpeados por meteoritos, nada impide que algún día el que visite a un desprevenido ciudadano, aunque las posiblidades sigan siendo casi nulas. Casi. Por eso no hay que dejar de vigilar los cielos, aunque siempre manteniendo la perspectiva de lo que ocurre, sin dejarse llevar el sensacionalismo que envuelve estas situaciones.
Los restos del Skylab quizás son el ejemplo más contundente de lo que representa una caída descontrolada de una gran estación espacial, aunque cayeron en zonas apenas pobladas de Australia. La Tiangong-1 era mucho menos masiva y poco o nada llegaría al Pacifico, mientras que la destrucción de la ISS se hará de forma controlada.
Cada semana cae a la Tierra un satélite, con mínimo riesgo de daños
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