Vivimos un momento dulce en la exploración del planeta rojo, con misiones cada vez más frecuentes y ambiciosas, una ola que se está reforzando con la entrada en carrera de nuevas naciones, como China, India o los Emiratos Árabes, sin olvidar la vieja Europa o Japón. Tal es así que hoy día parece lo más normal del mundo que existan sondas en activo explorándolo, tanto desde el espacio como en superficie. Pero esa es una realidad construida después de muchos golpes, pérdidas y decepciones. Es, básicamente, un triunfo de la constancia.
Y en eso la NASA y los EEUU demostraron tener más que nadie. Nada extraño si se tiene en cuenta que fueron ellos, durante décadas, los únicos que avanzaron hacia Marte pese a todas las circunstancias. Pero la superficie, desde las Viking, había sido abandonada, ya que se consideraba algo muy costoso, especialmente desde que esas pioneras habían fallado en su búsqueda de señales de vida, lo que rebajó el interés. Aún no conocíamos lo suficiente al planeta como para comprender su inmensa complejidad, y sin ese incentivo el entusiasmo quedaba muy atenuado. Especialmente por parte de los que tenían que poner el dinero, claro.
Por eso, como forma de sobrepasar ese problema y regresar, nació el programa Discovery, también conocido por su lema «más barato, más rápido y mejor» sostenida por el entonces administrador, Daniel Goldin. Se debían relanzar las misiones, pero no en forma de costosos proyectos, sino en forma de iniciativas más frecuentes, innovadoras y, por supuesto, baratas. Se abría una ventana que científicos planetario aprovecharon para conseguir que se hiciera realidad una nueva misión a la superficie marciana, después de dos décadas de abandono.
No era un proyecto en que muchos confiaran, y hasta sus promotores decían medio en broma (o no) que la NASA les había luz verde para que se callaran, pero que daban por supuesto que se estrellarían. Sea cierto o no, realmente era un salto al vacío, apostándolo todo por un sistema de aterrizaje simple y de bajo costo (menos de una décima parte del de las Viking), revolucionario en su concepto y a primera vista terriblemente arriesgado. Al fin y al cabo nadie se habría imaginado una sonda llegando a la superficie rodeada de airbags y dando botes de forma descontrolada hasta detenerse. Es difícil no comprender a los que veían con enorme escepticismo su futuro.
Pero en ocasiones lo imposible se hace posible, y la apuesta aparentemente sin futuro de la NASA, o más concretamente del pequeño grupo de personas que la defendieron, triunfó. La Mars Pathfinder toco tierra un 4 de Julio de 1997 y sobrevivió para contarlo, especialmente si se tiene en cuenta que lo hizo en un terreno tan lleno de tocas que quizás otra, más "normal", no lo habría logrado. Su misión fue todo un éxito, incluido el despliegue del primer rover, el pequeño antepasado de Spirit, Opportunity, Curiosity y todos los que vendrán en el futuro.
Porque ese fue su mayor logro, reabrir Marte después de dos décadas de silencio, y esta vez de forma definitiva. Para los amantes de la astronomía y la exploración planetaria, ese 4 de Julio, por encima de cualquier significado político o patriótico, fue un día de celebración y esperanza para el futuro.
Un 4 de Julio para la historia.
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