Nada de lo que existe en la Tierra puede comparase al Olimpus Mons, el volcán más grande del Sistema Solar, ni a sus más pequeños pero no por eso menos imponentes compañeros Ascraeus Mons, Pavonis Mons y Arsia Mons. Y mucho menos al conjunto sobre lo que se asientan y conforman la mayor altiplanicie volcánica conocida. No puede haberlos, porque la propia gravedad terrestre, mucho más intensa que la marciana, los haría colapsar rápidamente sobre si mismos en caso de que los situáramos en su superficie, y la misma dinámica de su corteza, en constante movimiento, no ofrece el suficiente tiempo de actividad como para crecer hasta tal extremo. No podemos presumir de tener esos colosos, y debemos estar contentos porque así sea.
El gigantesco domo o complejo volcánico de Tharsis es un ejemplo de lo que podría haber ocurrido de no tener nuestro planeta unos límites marcados de lo que puede o no existir. Marte no tenía esos límites, y posiblemente pagó un precio muy alto.
Tharsis comenzó a formarse hace más de 3.700 millones de años sobre una latitud de 20° norte. Su actividad volcánica continuó durante cientos de millones de años hasta formar una meseta con más de 5.000 km de diámetro y un espesor de unos 12 km. La masa de este complejo volcánico es colosal, aproximadamente 1/70 la masa de la Luna. Al no existir deriva continental que alejara esa zona del "punto caliente", del lugar por donde el magma llegaba hasta la superficie, este se fue acumulando durante este largo periodo temporal, deformando el planeta. Hasta que literalmente se desequilibró.
Hace entre 3.000 y 3.500 millones de años el planeta sufrió una gran inclinación de 20 a 25 grados, que ahora ha sido identificada. Pero "no fue el eje de rotación de Marte el que se desplazó (un proceso conocido como variación de la oblicuidad)", aclaran los autores del estudio,"sino más bien las capas externas –manto y corteza– las que rotaron con respecto al núcleo interior, como si girases la carne de un melocotón en torno a su hueso". Este fenómeno ya se había predicho teóricamente pero nadie lo había podido demostrar. Marte nos estaría ofreciendo ahora un ejemplo de ello, de como un planeta puede "deslizarse sobre si mismo". La simple idea resulta espectacular y escalofriante al mismo tiempo.
Eso significa que los polos de Marte no estaban en el lugar actual. Ni la serie de ríos marcianos que se distribuyeron, según explican los autores de este nuevo estudio, originalmente a lo largo de la banda tropical sur del planeta, para luego rotar, junto con el resto de la superficie unos 20 grados con respecto al eje de rotación, hasta adoptar la situación actual. Sus conclusiones se ven apoyados además por observaciones de otros equipos científicos, que ya habían observado rastros de fusión y retirada de los glaciares, así como la evidencia de hielo subterráneo en las antiguas regiones polares.
La existencia de esta red de antiguos ríos, ahora desplazada, resulta igualmente revelador, ya que la el cataclismo los habría movido de lugar, pero no podría haberlos deformado para que quedaran orientados paralelamente, como se observa. Eso significa que debieron ser contemporáneos a la formación de Tharsis, que se fueron esculpiendo no por las erupciones y movimientos geológicos, sino por el fluir del agua a medida que este último nacía y crecía, y no posteriores, como se creía hasta ahora. Y de donde procedería esa agua? De la lluviosa y la nieve, que podría haber hecho acto de presencia en esas regiones ecuatoriales, lo que a su vez indicaría un clima frío y una atmósfera más densa de la actual.
"Este trabajo cambia radicalmente nuestra percepción de la superficie de Marte hace 4.000 millones de años, y también altera significativamente la cronología de los acontecimientos", apuntan los autores. "De acuerdo con el nuevo escenario, el período de estabilidad de agua líquida que permitió la formación de valles de los ríos es contemporánea con, y muy probablemente un resultado de, la actividad volcánica desatada". La gran inclinación planetaria desencadenada por Tharsis sucedió después de que la actividad fluvial finalizara (hace 3,5 mil millones de años), dando lugar al nacimiento del Marte que conocemos. "A partir de ahora, se tendrá que tener en cuenta esta nueva geografía para estudiar los inicios del planeta rojo a la hora de buscar rastros de vida o la presencia de un océano", concluyen los investigadores.
Para la Tierra un equivalente a lo que le ocurrió a Marte sería una erupción continua y colosal, que creara una meseta volcánica del tamaño de Australia que se elevara 12 Kilómetros por encima del fondo oceánico. A lo le seguiría, una vez concluida, un desplazamiento de la corteza terrestre cataclísmico, aunque seguramente lo primero ya nos habría borrado del mapa mucho antes. Pero nuestro planeta no es como el planeta rojo, no tiene sus titánicos volcanes y sus espectaculares cañones, ni permite que puedan existir. Afortunadamente.
Mapa topográfico de Tharsis, con los 4 grandes volcanes que lo coronan.
Ningún volcán se eleva más de la superficie de su planeta que el Olympus Mons, tan amplio que desde su cima no veríamos su base. Nada parecido podría existir en la Tierra, ya que su gravedad lo habría colapsar hasta una altura no muy superior a la del Everest.
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