Las fases lunares afectan, de forma muy pequeña pero medible, a la cantidad de lluvia caída.
Que nuestro satélite, el mayor en relación a su planeta de todo Sistema Solar (solo por detrás de Plutón y Caronte, aunque ya no entran en esta categoría), tiene un efecto medible y notable sobre la Tierra es de sobra conocido. Las mareas oceánicas son una de sus manifestaciones, así como el lento frenado de la rotación terrestre a causa de la fricción generada (que a su vez aleja a La Luna unos 3 centímetros al año). También es la responsable de mantener el eje terrestre más o menos estable, ya que de lo contrario, afectado por las mareas gravitatorias del Sol, su inclinación variaría de forma mucho más abrupta y extrema de como lo hace en realidad, con dañinas consecuencias para su habitabilidad. Un lazo invisible, pero intenso, se extiende entre ambos mundos.
El tirón gravitatorio de La Luna se nota en los océanos, pero también en la atmósfera. Cambios de presión atmosférica vinculados a las fases lunares se detectaron por primera vez en 1847, y de temperatura en 1932. Así, cuando la tenemos encima nuestro, su tirón gravitatorio hace que la atmósfera se abulte, al igual que provoca un aumento del nivel de las aguas, por lo que la presión o peso de la atmósfera en ese lado del planeta se eleva. Y la mayor presión provoca también un aumento la temperatura del aire en superficie. Es un efecto tenue, pero claramente medible, como recientes estudios han demostrado. ¿Pueden afectar estas oscilaciones lunares a la lluvia? La respuesta parece ser que si.
Así se asegura al menos un nuevo trabajo de investigación recientemente publicado en Geophysical Research Letters. Sus autores han utilizado 15 años de datos recogidos por el satélite TRMM (Tropical Rainfall Measuring Mission), una misión conjunta entre la JAXA y la NASA, entre los años 1998 y 2012, para señalar la correlación que existe entre las oscilaciones en la cantidad de lluvia caída y las fases lunares. Una variación mínima, apenas el 1% de la variación total en los ciclos lluviosos, no lo suficiente para afectar otros aspectos del clima o que las personas pueden percibir la diferencia, pero medible y que sale a la luz cuando se comparan los datos en largos periodos de tiempo. La Luna Llena lleva asociado, si hacemos caso a las estadísticas presentadas, a algo menos de lluvia, aunque a una escala solo perceptible mediante tecnología y a la acumulación de muchos años de observaciones. Lo mismo ocurre cuando esta en fase nueva y la tenemos justo debajo de nuestros pies.
Son datos más destinados al conocimiento científico de las intrincadas relaciones gravitatorias entre Tierra y Luna que algo que afecte a nuestra vida diaria. El efecto es tan tenue y se encuentra tan oculto por las otras oscilaciones y movimientos atmosféricos propios de nuestro planeta, de mucha mayor magnitud, que en la práctica no tiene importancia. No es necesario que miremos si hay Luna Llena para decidir si cogemos el paraguas o no. Pero nos recuerda hasta que punto nuestra compañera de viaje, lejos de ser una presencia inocua más allá de la luz solar reflejada que nos envía, es un mundo por derecho propio, y como tal es capaz de ejercer una influencia palpable en los mecanismos que rigen nuestro mundo.
Los datos del Tropical Rainfall Measuring Mission, que abarcan entre 10 ° S y 10 ° N, muestra una ligera disminución en la precipitación cuando la Luna está directamente encima o debajo de los pies del observador. El panel superior muestra la presión de aire, el del medio los cambios en la presión del aire, y el inferior muestra la diferencia precipitaciones de la media.
TRMM, el satélite de estudio de la lluvia de la JAXA y la NASA. Sus datos han sido clave en este estudio.
La distancia entre la Tierra y La Luna. A pesar del pequeño abismo que los separa, las fuerzas gravitatorias entre ambos son intensas y tiene un efecto visible, especialmente en este primera al disponer de océanos y atmósfera.
Phase of the Moon affects amount of rainfall
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