Una vez lanzado, en órbita terrestre o en viajes más lejanos, si algo falla en su despliegue suele representar el final de una misión que representó años de trabajos y sueños ahora perdidos. Es la dura vida de cualquier equipo humano detrás de una misión espacial, el momento cargado de tensión en que el ingenio, ya fuera de nuestro alcance directo, debe funcionar como un reloj en todos sus aspecto para afrontar, ahora si, su viaje. Todo puede ser fatal, incluso algo tan simple como una cubierta protectora que no se abre correctamente.
Ese fue el momento crítico que recientemente afrontó el pequeño telescopio explorador de exomundos CHEOPS (CHaracterising ExOPlanets Satellite), lanzado el pasado 18 de Diciembre en un vuelo sin fallos, y que ahora, ya instalado en una órbita situada a unos 700 kilómetros de altura, abrió por primera vez sus ojos para mirar el estrellado firmamento al que no dejará de observar los próximos años. Era una operación delicada por parte de un mecanismo perfectamente diseñado para realizar semejante tarea, pero como por desgracia hemos aprendido, el riesgo nunca se consigue reducir a cero, por lo que supéralo representa un tremendo alivio para su equipo en tierra. Llega la hora de ponerse a trabajar.
CHEOPS no es un descubridor de mundos, como era Kepler, sino un explorador de aquellos ya conocidos en estrellas cercanas, especialmente aquellos cuyas masas los sitúan entre ser una "supertierra" y un Neptuno. Su misión es profundizar en ellos, lograr mediciones más precisas y determinar con una precisión nunca antes alcanzada el tamaño de cada uno de ellos, lo que a su vez permitirá tener una idea más precisa sobre sus posibles condiciones. Así se prepara el camino para los verdaderos cazadores de mundos del futuro, que sabrán mejor donde se sitúan las mejores opciones.
Cheops opens its eye to the sky
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