Manteniendo vivo el sueño de las Voyager.
La fría oscuridad las rodea, y poco a poco su vida se extingue. Es una forma un poco poética de describirlo, pero básicamente es la realidad a la que se enfrentan las sondas más longevas y lejanas que disponemos, con sus "corazones", los generadores termoeléctrico de radioisótopos ofreciendo menos energía para mantener sus sistemas en activos. No es de extrañar teniendo en cuenta que llevan desde 1977 en el espacio, pero estando ahora ya en pleno espacio interestelar, explorando zonas totalmente desconocidas, han adquirido un valor incalculable. Por ello no se deja de trabajar en ellas para intentar alargar lo máximo su actividad.
Es una tarea difícil, ya que toca decidir que partes deben seguir recibiendo energía y cuales deben ser sacrificadas, enviadas al olvido, para así poner concentrar los recursos allí donde realmente son necesarios. Especialmente en el caso de la Voyager 2, ya que no solo despegó antes, sino porque dispone de un instrumento en activo más que su hermana, por lo que el gasto el mayor. Y nadie quiere desconectarlos, dado que todos son ahora de un valor extremo. Se buscan formas alternativas de ahorro, al menos mientras aún sea posible.
Y una de ellas son los calentadores, que como su nombre indicar, tienen la función de mantener los sistemas y instrumentos a una temperatura soportable, dada la lejanía del Sol. ¿Sería posible que alguna de sus partes, o instrumentos, fuera capaz de sobrevivir y seguir en activo sin esta protección térmica? Esa era la discusión, y finalmente se decidió apagar el que acompaña al detector de rayos cósmicos. Decisión difícil, pero inevitable ante los decrecientes niveles de energía disponibles. Era necesario ahorrar. ¿Pero sobreviviría a la prueba? Así lo hizo el espectrómetro ultravioleta de la Voyager 1, igualmente desprovisto de esa calor protector desde 2012, pero cada instrumento es un mundo y nada es completamente previsible. Era un riesgo asumido.
Una preocupación que al final era infundada, ya que datos preliminares han mostrado que el detector de rayos cósmicos sigue trabajando sin problemas, a pesar de tener que soportar gélidas temperaturas, apenas 50º por encima del cero absoluto."Es increíble que los instrumentos de las Voyagers hayan demostrado ser tan fuertes", explica la gerente de Proyecto Voyager, Suzanne Dodd."Estamos orgullosos de que hayan resistido la prueba del tiempo. Las largas vidas de estas sondas significa que estamos tratando con escenarios que nunca pensamos que encontraríamos. Continuaremos explorando todas las opciones que tenemos para mantenerlas haciendo la mejor ciencia posible".
El éxito de esta operación significa que la Voyager 2 seguirá devolviendo datos científicos de sus cinco instrumentos aún operativos, explorando y analizando la frontera entre el reino del Sol y el que se extiende más allá. Y lo logrará, a partir de ahora, gastando un poco menos. Y en este viaje hacia las tinieblas, es una pequeña diferencia que puede llevarla aún más lejos.
El detector de rayos cósmicos, que en su momento fue clave para saber que la Voyager 2 había cruzado la frontera. Ahora afronta una vida mucho más gélida.
A New Plan for Keeping NASA's Oldest Explorers Going
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