Las enanas rojas son las grandes protagonistas de la historia cósmica. Suelen pasar desapercibidas a causa de su debilidad, ocultas por el resplandor de las estrellas de mayor tamaño, incluido el Sol, no tan diminuto como en ocasiones se nos quiere presentar. Nadie, excepto los astrónomos profesionales, se fija en ellas, ya que en nuestro firmamento solo son visibles estas últimas. Pero no solo representan el 90% de la población estelar, tienen algo que sus hermanos más resplandecientes no tienen: Tiempo. Casi todo el del mundo. O del Cosmos para ser más preciso. Son tenues porque "queman" su combustible de Hidrógeno a muy bajo ritmo, pero por eso mismo su existencia se alarga hasta rozar la eternidad. 100, 200.000 o quizás un billón de años. Más que la propia vida del Universo.
Pequeñas pero en ocasiones violentamente activas, la posibilidad de que alojaran sistemas planetarios en principio no se tuvo en cuenta. Se buscaban más en estrellas como el Sol, las conocidas como Enanas Amarillas, partiendo de que nosotros eran el varemos a utilizar a la hora de señalar lo que era posible y que no. Una compresible estrechez de miras que poco a poco se esta desvaneciendo. Ahora sabemos que hay mundos en sistemas múltiples, así como en grandes y pequeñas estrellas. Y las más pequeñas y frías, y por eso las más longevas, no son una excepción. Pueden tener compañeros planetarios. Y lo que es más trascendental, pueden ser del tamaño del nuestro. Y tener, quizás, condiciones de luz y temperatura no muy diferentes.
Así lo demuestra la ahora también conocida como TRAPPIST-1, una estrella enana roja ultrafría, casi rozando el mínimo necesario para haber generado reacciones de fusión, a solo 40 años-luz de la Tierra, pero aún así demasiado débil y demasiado roja para poder verla a simple vista o incluso con un telescopio de aficionado de gran tamaño. Y en ella un equipo de astrónomos dirigido por Michaël Gillon, del Instituto de Astrofísica y Geofísica de la Universidad de Lieja (Bélgica), utilizó el telescopio belga TRAPPIST-1 (de ahí el nombre) para observar la estrella 2MASS J23062928-0502285 (su denominación oficial), detectando que desvanecía ligeramente a intervalos regulares, indicando que varios objetos pasaban entre la estrella y nosotros. Un análisis detallado mostró la presencia de tres planetas con tamaños similares al de la Tierra.
Emmanuël Jehin, coautor del nuevo estudio, está entusiasmado: "Realmente se trata de un cambio de paradigma con respecto a qué camino seguir en nuestra búsqueda de planetas y de vida en el universo. Hasta ahora, la existencia de estos “mundos rojos” orbitando alrededor de estrellas enanas ultra frías era puramente teórica, pero ahora tenemos, no un solitario planeta alrededor de una estrella roja débil, ¡sino un sistema completo de tres planetas!". Michaël Gillon explica por su parte el significado de los nuevos hallazgos: "¿Por qué estamos tratando de detectar planetas como la Tierra alrededor de estrellas más pequeñas y más frías en las vecindades del Sistema Solar? La razón es simple: con la tecnología actual, los sistemas alrededor de estas pequeñas estrellas son los únicos lugares donde podemos detectar vida en un exoplaneta del tamaño de la Tierra. Así que, si queremos encontrar vida en otros lugares del universo, ahí es donde debemos comenzar a buscar".
Dos de los planetas tienen períodos orbitales de cerca de 1,5 y 2,4 días respectivamente, y el tercer planeta tiene un período no tan bien determinado, en un rango de entre 4,5 y 73 días. "Con períodos orbitales tan cortos, los planetas están entre 20 y 100 veces más cerca de su estrella que la Tierra del Sol. La estructura de este sistema planetario es mucho más similar en escala al sistema de lunas de Júpiter que al del Sistema Solar", explica Michaël Gillon.
Sin embargo lo realmente interesante, además de que se les supone un tamaño semejante al nuestro, es que la la cantidad de luz y calor que reciben tampoco es muy diferente, dado que es una estrella muchísimo más tenue que el Sol. Los dos planetas interiores sólo reciben cuatro y dos veces, respectivamente, la cantidad de radiación recibida por la Tierra, lo que significa que, si bien quizás no terminan de entrar en la llamada "zona de habitabilidad" de este pequeño sol, es posible que posean regiones habitables en sus superficies. El tercer planeta es exterior y todavía no se conoce muy bien su órbita, pero probablemente reciba menos radiación que la Tierra, aunque tal vez sea suficiente como para encontrarse dentro dicha zona. En todo caso esto les convierte en objetivos de primera magnitud para su exploración. El Hubble y Kepler tendrán mucho que decir.
Y los que están por venir: "Gracias a varios telescopios gigantes actualmente en construcción, incluyendo el E-ELT de ESO y el James Webb Space Telescope de la NASA/ESA/CSA (cuyo lanzamiento se prevé para el 2018), pronto seremos capaces de estudiar la composición de la atmósfera de estos planetas y explorarlas, primero en busca de agua y, luego, en busca de trazas de actividad biológica. Es un paso de gigante en la búsqueda de vida en el universo", concluye Julien de Wit, coautor del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts).
No conocemos nada de ellos, más allá de su existencia y posible tamaño. De momento solo podemos soñar como podrían ser estos mundos, iluminados por una intensa luz roja de un sol casi eterno. Posiblemente existe desde antes que el nuestro. Y seguirá ahí mucho más allá de su final. Ella y sus compañeros de viaje permanecerán hasta el mismo final de los tiempos. Si en algunos de ellos surgió la vida, esta habría tenido y tendría todo el tiempo del Universo para evolucionar hasta puntos que apenas podemos imaginar.
Comparativa de TRAPPIST-1 con el Sol. Solo tiene el 0,05% de la luminosidad y el 8% de este último, pero por eso mismo quema sus reservas mucho más lentamente. Tanto que seguirá existiendo tal como es hoy día miles de millones de años después de que esta última ya no exista como tal.
Tres mundos potencialmente habitables hallados alrededor de una estrella enana ultrafría cercana
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