La NASA publica una serie de espectaculares carteles imaginando el futuro turismo espacial.
Imaginar es gratis, es libre, y por encima de todo no tiene más límite que aquel que le pongamos nosotros mismos. Y cuando esta se proyecta hacia el espacio, hacia otros mundos, puede ofrecernos las imágenes más hermosas, además de proyectarnos hacia un posible futuro, aquel al que todos los que nos apasiona la exploración interplanetaria nos gustaría viajar si fuera posible. No lo es, y es en este punto cuando nuestra mente, libre de cadenas, puede llevarnos más allá. Mundos que son una realidad, mundos que quizás nunca han existido tal y como los visualizamos, pero por encima de todos mundos que nos invitan a volar. La NASA y el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) son los motores de la exploración planetaria por parte de los EEUU, y por ello, a pesar de cualquier dificultad que atraviesen, los que lo lideran. Su campo es el presente y el futuro cercano, el "ahora" y el "mañana" de todos sus proyectos y planes espaciales. Pero dentro del JPL existe una sección conocida con el simple nombre de The Studio. Su trabajo, visualizar el futuro más lejano, haciendo equipo con científicos y ingenieros para dar forma a la que podría ser la ciencia y la tecnología en horizontes que por ahora son solo terreno de los sueños, pero al mismo tiempo marcando el camino hacia donde podría llevarnos la exploración interplanetaria dentro de décadas o siglos. Además ayudan a sentar la base sobre la que se dan forma a muchas de las misiones tanto pasadas, como presentes y futuras. En esta ocasión los integrantes de este equipo de diseñadores gráficos nos brindan una maravillosa colección de 14 láminas, cada una de ellas dedicada a un mundo en particular. Dotadas de un estilo "retro", nos lleva a un tiempo lejano, donde hemos colonizado hasta tal punto el Sistema Solar y hasta otros sistemas planetarios, que son posibles los viajes turísticos a los más varios lugares, tal como se hace actualmente enla Tierra. Carteles que nos animan a comprar un viaje para visitar Marte y sus reliquias tecnológicas, navegar por los mares de Titán, disfrutar de los geisers de Encélado, volar por los cielos de Venus y Júpiter, y si tenemos unos ahorros lo suficientemente grandes o tenemos la suerte de disponer de un trabajo estable y bien remunerado, contratar un tour por todo el Sistema Solar. Y más allá, si somos de aquellos que nos gusta ir de viaje por lugares exóticos.
Todo esto no son más que sueños, aunque al mismo tiempo todos tiene una base científica. No son reales ahora, quizás podrían serlo algún día. Pero de momento solo nos queda la imaginación, la fuerza más libre y poderosa,para realizar estos viajes, y en cierta forma envidiar a los que, quizás en un futuro lejano, puedan verlo como algo ya no perteneciente al reino de los sueños, sino a una realidad. Viajar a otros mundos, poder elegir un destino interplanetario para pasar una merecidas vacaciones...¿Cual elegirías vosotros?
Un romántico crucero por los mares de Titán, iluminados por la luz de Saturno.
Si las auroras de la Tierra te parecen espectaculares, ven a Júpiter y disfruta del furioso choque entre el viento solar y la enorme magnetosfera joviana.
Has nacido en una colonia espacial, en la Luna, Marte o más allá? Te gustaría visitar el mundo de tus antepasados, respirar su atmósfera y perderte por su frondosa naturaleza? Viaja a la Tierra y recupera tus raíces.
Si te gusta sumergirte en la inmensidad del Universo, de sentirse rodeado por nuestra galaxia sin que ningún Sol la oculte a nuestra vista? Disfrutar con tu pareja de una noche sin final? No te lo pienses y visita uno de los planetas sin estrella, un viajero de la oscuridad no ligado a nada ni a nadie.
¿Tienes una vena exploradora? Visita Europa y juega con la emoción de buscar vida entre sus aguas.
Visitando la ardiente Io de la mano de Juno. No es su objetivo real, que es Júpiter en exclusiva. Es una sonda para explorar el mayor planeta del Sistema Solar y su desconocido corazón, razón por la cual está realizando sobrevuelos extremadamente cercanos, casi rozando las nubes y adentrándose en zonas de alta radiación, que a la larga acabarán con ella pero que de momento está resistiendo por encima de todas las previsiones. Pero en ocasiones algunas de sus grandes lunas, en forma de invitadas inpeseradas, se cuelan entre sus observaciones. Y muchos son los que, analizando, combinando y tratando los datos en bruto y que están abiertos al gran público, son capaces de presentar pequeñas joyas visuales que van más allá de todo lo que se esperaría de Juno. Este es el caso del astrónomo aficionado y procesador de imágenes Roman Tkachenko, que con paciencia y constancia aglutinó diversas tomas del JIRAM (Jovian Infrared Aurora Mapper) donde hacia acto de presencia esta auténtica luna de fuego, sumida en una perpetua actividad volcánica descontrolada, alimentada por las fuerzas de marea gravitatoria de Júpiter y sus otros lunas. El resultado es Io resplandeciendo en la oscuridad, cubierta de puntos brillantes cada uno de los cuales es un "punto caliente", un lugar donde el magma aflora a la superficie. Hasta un total de 60 fueron capados por este instrumento. Números espectaculares, aunque sean una solo una parte de los 130 volcanes que es estiman activos ahora mismo.
Imágenes logradas, además, durante el sobrevuelo del pasado 7 de Julio, cuando rozó la Gran Mancha Roja. Ese acontecimiento atrajo toda la atención, pero gracias al trabajo de tantos y tantos aficionados, que constantemente estudian, procesan y dan forma a los datos visuales de Juno, pequeñas joyas como esta salen a la luz pese a todo. Este Io en llamas es uno de los mejores ejemplos de una misión que se está convirtiendo rápidamente en el paradigma de lo que la colaboración entre los astrónomos y científicos profesionales y la gente de la calle, si a esta última se le da una oportunidad, puede dar de sí.
Los puntos de calor detectados por JIRAM. La tremenda actividad volcánica de Io en todo su esplendor.
Recordando el papel de las Pioneer en el éxito de las Voyager. Nos descubrieron las maravillas del Sistema Solar exterior, son ellas las que siempre recordaremos como las primeras que nos enviaron espectaculares imágenes de los 4 grandes mundos exteriores y nos hicieron dar cuenta de que allí fuera, en un espacio que hasta entonces se veía como lejano, oscuro y estéril, existían mundos de una complejidad y variedad apabullante. Y es justo que así sea en gran medida, ya que fueron las primeras con una capacidad científica suficientemente avanzada para cambiar todo lo que creíamos saber. Pero es igualmente justo recordar que atravesaron unas puertas que les habían sido abiertas por las Pioneer. En realidad esa era su misión, por lo que fueron construidas. Una inusual alineación, que solo se repetía cada 175 años, de los planetas exteriores, a fines de la década de 1970, brindó la oportunidad de explorarlos con relativa facilidad, utilizando la gravedad para enviar naves espaciales de un planeta a otro. Inicialmente en forma de un ambicioso proyecto que abarcaba hasta 4 sondas, al final los ajustes presupuestarios determinaron la aprobación de solo dos, las más que famosas Voyager 1 y 2. Pero en ese momento dicha zona del Sistema Solar era territorio desconocido. Por no saber ni tan solo estaba claro fuera posible cruzar el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter, o sobrevivir a la intensa radiación que parecía rodear al coloso Joviano.
Para responder a estas inquietantes dudas, el Centro de Investigación Ames de la NASA en Silicon Valley, California, construyó dos pequeñas sondas de la serie Pioneer, la 10 y la 11. Su destino, a diferencia de sus hermanas, apuntaría hacia las profundidades desconocidas, tanto para lograr los primeros datos científicos tomados desde esa región, como para comprobar si sobrevivian al viaje. Algo que no estaba claro en absoluto. El 2 de marzo de 1972 despegaría la Pioneer 10, y el 5 de Abril de 1973 lo haría hermana gemela Pioneer 11.
Tal como se concibió originalmente, esta última era una "copia de seguridad" de la primera. Si la 10 no lograba cruzar el cinturón, la 11 haría un nuevo intento. Al final no fue necesario, ya que el peligro de colisión se descubrió que era casi nulo. La Pioneer 10 pasaría al otro lado y en Diciembre de 1973 se convertiría en la primera sonda en visitar Júpiter antes de salir despedida del Sistema Solar, mientras que el plan de vuelo de 11, visto el óptimo resultado, se rediseñó para aprovechar la gravedad Joviana y impulsarse hasta Saturno. A finales de julio de 1979 comenzó a observar de Saturno. En ese momento, las dos Voyager ya estaban siguiendo su estela. Habían completado sus sobrevuelos de Júpiter y se dirigían en ese momento también al gigante de los anillos. Todo esto evidentemente tuvo su efecto en la Pioneer 11, cuya misión primaria era precisamente facilitar su viaje y preparles el camino. Eso implicó notables debates en la NASA, entre planificar una trayectoria científicamente más interesante y arriesgada, o por el contrario, aunque a costa de un retorno científico menor, seguir la misma trayectoria que tomaría la Voyager 2 para enfilar su camino a Urano y Neptuno, comprobando así que era segura.
Gano la segunda opción. Cumpliría su misión como auténtica exploradora avanzada de la Voyager 2, preparando su llegada, aunque pese a ello consiguió datos interesante del planeta, sus anillos y sus satélites, todos ellos inéditos, y que ayudarían a planificar las campañas científicas que llegarían con sus mayores, modernas y equipadas perseguidoras. Y de ellas fue el triunfo final. Pero fueron estas modestas predecesoras las que abrieron el camino, demostrando que era posible cruzar el cinturón de asteroides y igualmente posible sobrevivir a un encuentro con Júpiter y Saturno. A ellas pertenece una pequeña parte de su gloria. Y es de justicia recordarlo.
Abriendo caminos.
Las Voyager y las Pioneer, 4 sondas con destinos entrelazados.
La contante lluvia de objetos de origen humano que se desintegran cada año en la atmósfera sin ser conscientes de ello. La se convirtió, en sus últimos días de vida, en centro de la atención mediática, en parte por desconocer donde se produciría su reentrada en la atmósfera, en parte por el desconocimiento y cierto gusto por el sensacionalismo de los medios, así como en Internet. Durante todo este tiempo se instaló entre la gente de a pié una cierta sensación de alarma, de peligro, y sobretodo como un evento extraordinario. La realidad, pero es que ni una cosa ni la otra. Por un lado, con sus poco más de 8 toneladas de masa,
poco o nada sobrevivió a la fricción atmosférica, y por otro estamos ante algo mucho más común de lo que pensamos. Según estimaciones de la Oficina de Desechos Espaciales de la Agencia
Espacial Europea (ESA), cerca de 100 toneladas al año de objetos de fabricación humana de desintegran en la atmósfera de la Tierra. Satélites inoperativos, etapas superiores de cohetes de impulsión, todo tipo de fragmentos de basura espacial y, como es el caso, estaciones orbitales. Lejos de ser un acontecimiento extraordinario, es una situación que puede clasificarse hasta de habitual y monótona, que se repite una media de 50 veces por año. Por ese motivo existen redes de seguimiento que monitorizan estas situaciones. Que algo así ocurra es una buena noticia para el acceso al espacio, ya que implica que hasta cierto punto, al menos en las órbitas bajas, existe un constante proceso de limpieza, fruto de la fricción atmosférica, muy tenue pero tan real que obliga a la ISS a periódicas maniobras para elevar su órbita.¿Pero y los que vivimos aquí "abajo? Que riesgo real tenemos de vernos afectado por algún fragmento de esta constante lluvia de metal? Muy baja en realidad, tanto por simple estadística, por el hecho de que 3/4 partes del planeta estén cubiertos de océanos, como porque la inmensa mayoría no sobreviven al intenso calor de la rentrada. Solo en unos pocos casos, protagonizados por satélites muy compactos o grandes estaciones orbitales, algunos restos pueden alcanzar la superficie. Pero las posibilidades estadísticas que de que algo así de alcance es ínfima, 60.000 veces menor de que te alcance un rayo. Tampoco hay que olvidar que muchas de ellas son controladas, planificadas para que se precipite en un punto concreto del océano Pacífico, el llamado "Cementerio de naves espaciales". No fue el caso de la Skylab, de 74 toneladas, en 1979, la mayor caída fuera de control registrada, con restos de gran tamaño llegando a tierra en diversos puntos de Australia, afortundamente sin daños. La ISS, aún más colosal, realizará cuando llegue el momento una caída controlada. En definitiva, y aunque de forma periódica una de estas caídas se convierte en centro de atención por diversos motivos, en realidad es un acontecimiento que se produce con regularidad, aunque pasen desapercibidos. Eso no significa que no debamos mantenernos en alerta. Al fin y al cabo si tenemos casos de personas, casas y coches golpeados por meteoritos, nada impide que algún día el que visite a un desprevenido ciudadano, aunque las posiblidades sigan siendo casi nulas. Casi. Por eso no hay que dejar de vigilar los cielos, aunque siempre manteniendo la perspectiva de lo que ocurre, sin dejarse llevar el sensacionalismo que envuelve estas situaciones.
Los restos del Skylab quizás son el ejemplo más contundente de lo que representa una caída descontrolada de una gran estación espacial, aunque cayeron en zonas apenas pobladas de Australia. La Tiangong-1 era mucho menos masiva y poco o nada llegaría al Pacifico, mientras que la destrucción de la ISS se hará de forma controlada.
Sigue en directo las comunicaciones interplanetarias.
La Deep Space Network es la gran red de seguimiento de la NASA para sus misiones en el espacio profundo, una serie de grandes antenas repartidas entre 3 puntos equidistantes de La Tierra (Madrid, California y Canberra) que permiten ofrecer una cobertura continua 24 horas al día. Por ellas, y de forma continua, entran datos llegados de diferentes sondas y observatorios espaciales, algunos de ellas, como es el caso de la Voyager 1, en forma de una señal extremadamente tenue desde más allá de las fronteras del Sistema Solar. Al mismo tiempo otras señales, "cargadas" con toda una serie de comandos, inician su viaje hacia sus respectivos destinos, donde les comunicarán que es lo que tiene que hacer, desde ligeras alteraciones de trayectoria mediante la activación de sus impulsores o cambios en el funcionamiento de los sistemas hasta cuales son los objetivos científicos que deben estudiarse en ese momento. Aunque cada vez tiene una mayor capacidad de decidir y actuar de forma independiente lo cierto es que siguen necesitando la mano humana que les ofrezcan las directrices básicas. Como consecuencia la actividad de la Deep Space Network nunca termina, y cada una de las bases está en cada momento enviando o recibiendo información, cuando no las 2 cosas al mismo tiempo. Y es posible seguirla el directo desde esta web, una visualización de la actividad de sus antenas realmente interesante, por no decir fascinante. Ver las señales de entrada y salida, sabiendo que está ocurriendo justo ahora, te hace sentir como algo más real, más palpable, la exploración interplanetaria y toda ese flujo de información científica que nos llega desde las profundidades del espacio.
Coged una silla, sentaos delante la pantalla y sentiros, aunque solo sea un poco, como un auténtico miembro de la gran familia planetaria.
La Space Flight Operations Facility, el centro de control de la Deep Space Network y en ocasiones llamado, de manera informal "el centro del Universo". Ahora podéis sentiros como algunos de sus miembros.
Detectados una decena de agujeros negros que habitan el centro de la Vía Láctea. El corazón de nuestra galaxia es un lugar ciertamente caótico y lleno de sorpresas. Lo habita un agujero negro de 4 millones de veces el tamaño del Sol llamado Sagittarius A*, alrededor del cual se mueven un gran número de estrellas así como un enorme halo de gas y polvo. Suficiente este último, a decir de no pocos astrónomos, para ser el lugar perfecto para el nacimiento de gigantescas estrellas, colosos que vivirían rápido y morirían igualmente rápido en forma de supernova y generar, al menos entre las mayores de ellas, nuevos agujeros negros. Diminutos en comparación al monstruo que habita el mismo centro, y que este atraería hacia si. El escenario planteado es que deberían existir varias decenas de miles de ellos, como una nube de oscuras sombras acompañando a la oscuridad completa. Y ahora, finalmente, tenemos las primeras evidencias de ello. Una de las formas para detectar este tipo de cuerpos celestes es mediante los estallidos de energía, especialmente en rayos x, que se producen cuando "devoran" materia, incluso una estrella vecina, es especial cual forman un sistema binario. El gas y polvo, acelerado a velocidades relativistas, se calienta en extremo y en cuando emite gran cantidad de energía en las partes más altas del espectro. Pero en este caso no había dado resultados. El centro galáctico está a unos 26,000 años luz de la Tierra, y "los binarios con agujero negro solo muy raramente emiten ráfagas de rayos X suficientemente grandes para ver fácilmente a una distancia tan grande, tal vez una vez cada 100 o incluso 1.000 años", explica Chuck Hailey, que lideró el equipo que sacó a la luz este descubrimiento. Por ello Hailey y su gente buscó las emisiones más estables y menos energéticas emitidas por los discos de acreción cuando los binarios son relativamente inactivos. Utilizando datos de archivo del Observatorio de rayos X Chandra, detectaron una docena emisiones de rayos X, indentificados como sistemas binarios, todas ella a menos de 3,26 años luz del núcleo galáctico. Extrapolando estos datos al escenario imaginado en esa turbulenta región, estimaron que podrían existir 300-500 sistemas binarios de esta clase, y más de 10.000 agujeros negros más solitarios e inactivos. Un hallazgo que puede hacer "avanzar significativamente la investigación de ondas gravitacionales porque conocer el número de agujeros negros en el centro de una galaxia típica puede ayudar a predecir mejor cuántos eventos de onda gravitacional pueden estar asociados con ellos", explica Hailey."Toda la información que necesitan los astrofísicos está en el centro de la galaxia".Sin embargo, los investigadores advirtieron que hacer estimaciones con respecto al número real es complicado por el hecho de que es probable que haya otras potenciales fuentes de rayos X, como los pulsares. Será trabajo de futuros observatorios en esta banda del espectro ser capaces de distinguirlas con claridad, sacando a la luz las pequeñas sombras que se esconden en la oscurdidad.
Una
vista de Sagittarius A *, el agujero negro supermasivo en el centro de
la Vía Láctea, tomada con el Observatorio Chandra (círculo en verde).El agujero negro es visible como una mancha brillante porque está emitiendo algunas de sus destellos de rayos X ocasionales.A su alrededor hay otras fuentes causadas por sistemas binarios con agujeros negros más pequeños, señaladas en azul.
Revelando a Ícaro, la estrella más lejana conocida. Cuando su luz partió de ella, hace unos 9.000 millones de años, nuestro Sistema Solar apenas se estaba formando y la Tierra era solo un proyecto de mundo, muy lejos aún de convertirse en el oasis azul que nos acoge. Tan cerca del inicio mismo del Universo que actualmente, a causa de su constante expansión, incluso se encuentra más lejos de lo que la vemos ahora, a unos 14.000 millones. O al menos sus restos, porque siendo como era un astro gigantesco, seguramente ya hace mucho que dejó de existir. Con toda probabilidad estamos viendo un fantasma, uno que marca el cuerpo celeste más lejano conocido. Hasta ahora solo podías ver galaxias, que no dejan de ser enormes agrupaciones de estrellas. Ahora hemos sido capaces de observar un habitante individual de la más remota frontera. "Se trata de una enorme estrella azul, cuyos fotones han tardado 9.000
millones de años luz en llegar a la Tierra, lo que equivale al 70% de la
edad del universo, pero como este está en expansión, ahora la estrella
se encuentra a 14.000 millones de años luz", explica Pablo Pérez
González, investigador del departamento de Física de la Tierra y Astrofísica de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), una de las instituciones que han participado en el descubrimiento. Ninguna tecnología humana abría podido verl por si misma. Es la inestimable ayuda de lente gravitacional generada por un cúmulo de galaxias conocido como MACS J1149+2223, situado a unos 5.000 millones de años luz de la Tierra, la que permitió al Hubble extraerla de las tinieblas. "Es la primera vez que vemos una estrella individual magnificada", explica Patrick Kelly, investigador de las universidades de Minnesota y California en Berkeley (EE UU) y coautor principal del estudio."Somos capaces de ver galaxias muy lejanas, pero esta estrella está 100 veces más lejos que la siguiente estrella individual que podemos estudiar, excepto si contamos explosiones de supernova"."Hasta que Galileo observó a través de su telescopio el cielo, no se veían las cientos de miles de estrellas individuales que componen lo que se conoce como el Camino de Santiago, una zona brillante pero difusa del cielo", explica Pérez González."Hoy ya es posible observar una estrella individual que está en el otro lado del universo, y que de hecho ya no existe. Pero no la hemos logrado observar solo gracias a un invento del hombre, sino a la magnificencia de la propia naturaleza y a las leyes de la Física, entre las que se encuentra la perturbación que ejerce una masa en la trayectoria de los fotones. Es realmente fabuloso".
Conocida oficialmente como MACS J1149+2223 Estrella Lentificada 1, sus descubridores decidieron llamarla Ícaro, al igual que el personaje mitológico que se aproximó demasiado al Sol. El motivo es que, además del efecto de macrolente del cúmulo galáctico, también experimentó el efecto de microlente por parte de una estrella cercano, que se calcula del mismo tamaño que la nuestra, y que se alineó de forma casi perfecta entre ella y la Tierra y se produjo una amplificación de su luz por un factor de 10.000 o más. Una combinación que hizo posible lo imposible, ver una estrella en el filo mismo del Universo conocido.
Imagen a color del cúmulo MACS J1149+2223 observado por el telescopio
Hubble. A la derecha, se muestra la zona del cielo tomada en 2011 donde
no se ve la estrella Ícaro, comparada con la imagen de 2016 donde se
aprecia claramente esta supergigante azul.
¿Están las capas altas de su atmósfera poblada de vida bacteriana? Carl Sagan fue el primero, que sepamos, que insinuó esa posiblidad, una hipótesis que reaparece de forma periódica, y que recibió hace años un gran impulso cuando se descubrió que en las capas alas de su atmósfera, al contrario de su abrasada y totalmente hostil superficie, eran un lugar relativamente benigno y hasta acogedor. No es una forma de hablar, ya que entre los 48 y los 52 kilómetros las temperaturas fluctúan entre los cero y los 60 grados Celsius, con una presión atmosférica que oscila entre las 0,4 y las dos atmósferas. Es decir, tanto en el aspecto térmico como de presión, podríamos estar en ella sin necesidad de un traje de astronauta. Solo con una máscara para respirar sería suficiente. La existencia de un paraíso flotando sobre semejante infierno planetario es intrigante, y por encima de todo ofrece posiblidades como mínimo intrigantes. Las diversas sondas planetarias que lo han estudiado, así como su exploración desde la misma Tierra, nos han abierto las puertas a un pasado extraordinario, donde las condiciones ambientes pudieron ser parecidas a nuestro mundo, y con un más que posible océano, cuyas huellas químicas aún son detectables. A Venus se le llama el gemelo terrestre, pero en sus primeros 2.000 millones de años esa expresión era mucho más literal de lo que quizás nunca soñamos. Quizás más que en el propio Marte, si es que fue cálido y acogedor en algún momento.
En algún momento todo se vino abajo. Quizás un gran impacto, que explicaría que su eje de rotación esté literalmente boca abajo, quizás el gradual aumento de la luminosidad del Sol, que llevó a su bioesfera al límite y finalmente a su colapso. No sabemos como, pero si que un efecto invernadero fuera de control terminó aniquilando todo cuando pudo existir en la superficie, evaporando sus océanos, barriendo cualquier posible vida primigenia, y lanzando a Venus a sus condiciones actuales, un horno de casi 500Cº en toda latitud y momento de su año, y una presión atmosférica equivalmente a estar 1 Kilómetro de profundidad en los océanos terrestres. Si existió vida, todo terminó ahí. O quizás no. Esta es la idea de los que defiende que en la superficie desapareció, pero pudo haber sobrevivido a grandes alturas, donde las condiciones ambientales con acogedoras. Al fin y al cabo en la propia Tierra podemos encontrar vida microbiana a decenas de kilómetros de altura. Nada impide, si tuvo tanto tiempo para desarrollarse, que algunas bacterias se vieran transportada hasta este oasis entre las nubes, a salvo de ese apocalipsis climático. Y en esas regiones tenemos sobretodo dióxido de carbono, vapor de agua y algo de ácido sulfúrico. Conocemos bacterias terrestres que consumen dióxido de carbono y generan ácido sulfúrico. Una coincidencia que no prueba nada, pero la semejanza como mínimo es para tenerla en cuenta. Y aquí llegamos al último retorno de la hipótesis de los "venusianos". En este caso de la mano de un nuevo estudio publicado en la revista Astrobiology, liderado por el científico planetario Sanjay Limaye, y que nuevamente sugiere que podría existir vida en las capas altas de la atmósfera venusiana. Más concretamente se centran en la existencia, en esta región templada, de extrañas manchas oscuras en las que abunda el ácido
sulfúrico y otras partículas que no han podido ser reconocidas. Lo que plantea Limaye y su gente es que estas nubes son ecosistemas bacterianos flotantes, que absorben determinadas frecuencias de luz. No es una idea extraña, ya que en la Tierra conocemos diversas tipos de bacteria que presentan esta propiedad. Nada impide que también en Venus pudiera ocurrir lo mismo.
¿Es posible que la vida exista precisamente en el planeta considerado más hostil a ella? Sería una situación ciertamente paradójica. En todo caso no deja de ser una idea, una posibilidad interesante que se basa en elementos dispares, pero que todos juntos no pueden sino generar una pequeña duda. Y aunque solo sea por ello aventurarnos nuevamente en el planeta, ya no solo desde la órbita, como la actual sonda japonesa Akatsuki, sino, como hicieron las Venera en su momento, directamente en su atmósfera, debería ser una prioridad. Quizás un mundo de pesadilla sería el lugar donde se cumplirían los sueños.
Una de las opciones planteadas más interesante para estudiar Venus, VAMP ((Venus Atmospheric Maneuverable
Platform), un robot mitad dirigible mitad dron que Northtrop Grumman ha
diseñado para la NASA.
Rusia tiene una amplia historia en Venus. Como parte de la URSS, logró los mayores éxitos de la exploración de este mundo, incluido una serie de aterrizajes a cargo de la serie Venera. LaVenera-D está prevista para final de la década de los 2020, pero con los problemas presupuestarios actuales del país está rodeada de dudas, aunque oficialmente esté aprobada. Venus' Spectral Signatures and the Potential for Life in the Clouds
Tiangong 1 se desintegra sobre el Pacífico. Acaparó la atención pública durante días, ya que estábamos hablando de una reentrada totalmente fuera de control, y que por tanto podía ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar dentro de una amplia franja que abarcaba una parte importante de nuestro planeta. Y como no podía ser de otra forma, con una gran cantidad de sensacionalismo sobre su potencial peligro. Un peligro que nunca existió realmente, ya que por su modesto tamaño dificilmente nada de ella sobreviviría a la fricción atmosférica. Ni tan solo estaba dentro de los 50 satélites más pesados que han caído sobre nosotros, pero ya sabemos que recordar precedentes y buscar información no es una de las características de los vendedores de miedo. La realidad es que la Tiangong 1 (Palacio Celeste 1), lanzada en 2011, se vaporizó en la atmósfera en algún punto sobre el Pacífico Sur, y por caprichos del destino, relativamente cerca del llamado "cementerio de naves espaciales", una zona donde se suelen precipitar todos los satélites y estaciones espaciales una vez terminan su vida útil y su caída se hace de forma calculada y controlada. No era el caso de esta primera estación china, pero al final lo que quedó de ella, si es que quedó algo, descansan no muy lejos de sus predecesores. Ampliamente seguida en su viaje final, la entrada atmosférica se produjo finalmente a las 01:16 GMT de este 2 de Abril de 2018, según informó la Agencia Espacial China, y posteriormente confirmado por diversas fuentes y sistemas de vigilancia, incluida las fuerzas aéreas de los EEUU y de agencias espaciales como la ESA y de otras países, como Japón. Fue el final de una historia iniciada a finales de 2011, cuando China puso en órbita su primera estación espacial, no tanto como un equivalente a la ISS, sino como un lugar donde poner a prueba toda una serie de tecnologías y maniobras de acoplamiento en el espacio. Durante su vida fue visitada por la Shenzhou-8 (no tripulada), y las Shenzhou-9 y 10, ambas tripuladas. Precisamente la Shenzhou-10 marcó, en 2013, el final de su misión principal, y desde entonces había permanecido vacía, aunque manteniendo su actividad de observación de la Tierra, y los investigadores e ingenieros se mantuvieron en contacto con ella hasta Marzo de 2016, cuando la transmisión de datos se detuvo por razones que China nunca especificó explícitamente. En ese punto, una reentrada atmosférica incontrolada era aparentemente inevitable. Y así fue finalmente.
Se pone punto final así a la corta historia de la Tiangong 1, el primer paso de los planes chinos para construir una estación espacial propiamente dicha, y que en ese aspecto cumplió plenamente su objetivo como campo de pruebas para el futuro. Su final estuvo más lleno de incertidumbres, algo de lo que esperamos que también se aprenda las lecciones correspondiente. Si este es el caso, la vida de este palacio celestial habrá sido plena y fructífera.
La Tiangong 1 fotografiada por Philip Smith el pasado 20 de Enero y 31 de Marzo respectivamente.
Imagen con radar de la estación orbital china, realizada por el Fraunhofer Institute for High Frequency Physics and Radar Techniques, en Bonn, Alemania.
La Tiangong 1 era pequeña, de unas 8 toneladas de masa, y su objetivo era básicamente ser un campo de pruebas para China, algo que cumplió en sus dos años previstos de vida. A partir de aquí permaneció en órbita hasta que la fricción atmosférica, poco a poco, la hizo descender hacia su destino final.
Observando el paso del día desde la órbita geoestacionaria. Los satélites meteorológicos son, junto con los de comunicaciones y los de posicionamiento, uno de las piedras angulares de nuestra civilización. En realidad forman tanto parte de nuestra vida diaria, principalmente a través de uno de sus frutos finales, los partes meteorológicos que nos acompañan a diario, que nos solemos olvidar de ellos. Damos por hecho el siguiente mapa del tiempo, la siguiente imagen de una borrasca aproximándose con la promesa de una lluvia necesaria o de un anticiclón que se prepara asentarse en nuestra región y asegurarnos una buena temporada de estabilidad, del anuncio de la llegada de una ola de frío o calor, o del avance y retroceso de los hielos invernales o de la formación de los temidos huracanes, siguiendo su ruta para saber si nos encontramos o no en su camino. Pero nada de ello sería posible sin su existencia. Una de ellos, lanzado en Julio de 2015, es Himawari 8, de la agencia meteorológica Japonesa. Y es de esta reciente incorporación a la flota climática de la Tierra, de donde nos llega esta demostración de su enorme capacidad visual, lógica por otra parte teniendo en cuenta lo reciente de su construcción. Una visión espectacular del paso del tiempo en nuestro planeta desde su privilegiada posición, en la órbita geoestacionaria, la distancia donde el tiempo que se tarda en completarla es el mismo que el que tarda nuestro planeta en girar sobre si mismo. El resultado es una visión aparentemente estática del mundo, ideal para poder monitorizar un hemisferio concreto y de forma permanente, siguiendo así la evolución de sus patrones climáticos. Pero mientras otros están "anclados" al Atlántico (como es el caso de los conocidos MeteoSat), este centra su atención sobre el Pacífico y las costas del lejano oriente, lógico teniendo en cuenta su procedencia. Para los "hombres y mujeres del tiempo" del país del Sol Naciente, la serie de satélites Himawari es tan importante para hacer sus predicciones como lo pueden ser los mencionados MeteoSat para nosotros. Y para muchos otros campos, ya que es un auténtico sistema de vigilancia climática, no poco importante para unas islas tan acostumbrada a los azotes llegados en forma de ciclones. El día y la noche se suceden ante Himawari 8, y con ellos toda la turbulencia de nuestra atmósfera, con innumerables patrones que se suceden sin descanso. De aquí deben los meteorólogos sacar las pautas, sumar todos los datos disponibles, y realizar una proyección de su futura evolución. No resulta extraño que en ocasiones se equivoquen. En realidad que las predicciones a corto plazo suelan tener un nivel de acierto tan elevado (a pesar de las malas lenguas), y las de medio y largo plazo sean razonablemente certeras resulta extraordinario, mostrando el maravilloso trabajo realizado por todos ellos.
Es, en resumen, una visión fascinante de nuestro hogar planetario, una demostración de como lo observan los vigilantes del clima que tan olvidados tenemos, una prueba de la enorme capacidad de este recién llegado (especialmente si observamos sus imágenes a máxima resolución) y, por encima de todo, un recordatorio tanto de su existencia como de la belleza del azulado mundo que habitamos. El mundo de Himawari.