Durante mucho tiempo, con el abandono repentino de la NASA, fue un proyecto con un futuro en el mejor de los casos incierto, con la ESA decidida a seguir adelante pero con el oscuro horizonte que representaba afrontar semejante desafío y en solitario solo con los recursos técnicos y económicos propios, especialmente complicado esto último. A pesar de todo, y a la espera de que se llegara a una decisión final, se siguió trabajando en el ello, y ahora, firmado el acuerdo que convierte a Rusia en compañera de viaje, los trabajos se aceleran para estar listo para 2016 y 2018, fechas marcadas para el lanzamiento.
En esta primera se lanzará la sonda TGO, que entrará en órbita alrededor de Marte y tiene como objetivo principal buscar rastros de metano y de otros gases atmosféricos que podrían indicar la presencia de procesos biológicos o geológicos todavía activos, además se servir de puente de comunicación con el rover ExoMars, que debería llegar 2 años después. Con el viajará el módulo EDM, destinado a intentar aterrizar en la superficie, no tanto con objetivos científicos como para poner a prueba tecnologías clave para el aterrizaje tanto del rover como de futuras misiones, importante ante la falta de experiencia de Europa y Rusia en este terreno.
Un viaje espacial nunca es fácil, ya que desde el mismo momento del lanzamiento cualquier vehículo tiene que afrontar condiciones extremas de temperatura y presión estructural, en especial en el despegue y, si ese es su objetivo, durante el aterrizaje. Por ello todas las sondas sin excepción deben someterse a duras pruebas para demostrar su capacidad para soportar dichas condiciones, un auténtico "Tour de force" que las deja listas para el gran momento. Y el módulo EDM no es una expeción.
Esté llegó al ESTEC, el centro tecnológico de la ESA en Noordwijk, Países Bajos, a mediados de febrero, procedente de Thales Alenia Space en Turín, donde afrontó 2 exámenes críticos, un primero, de estanqueidad, para verificar la integridad del sello biológico instalado en el escudo aerodinámico, la protección frontal y la cubierta trasera, diseñado para evitar que el interior se contamine con organismos terrestres durante el transporte y los ensayos previos a su lanzamiento, y un segundo, en las mesas de vibración multiaxial, para certificar que su estructura será capaz de soportar las vibraciones a las que será sometido durante su lanzamiento a bordo de un cohete Protón en 2016. Para finalizar, se realizó una nueva prueba de estanqueidad para verificar que el sello biológico no se había deteriorado durante los ensayos de vibración.
Posteriormente el módulo EDM regresó en las instalaciones de Turín, donde llegarán nuevas pruebas, entre ellas una simulación de la entrada en la atmósfera marciana y el despliegue de los paracaídas del módulo, una fase crítica en que, en menos de 8 minutos, deberá pasar de una velocidad de 21.000 km/h a solo 15 km/h, antés de tocar la superficie.
Aunque su objetivo central es tecnológico, EDM (Entry, Descent and Landing Demonstrator Module) estará provista de diversos instrumentos científicos para realizar mediciones atmosféricas, y es posible que alguna cámara, reuniendo información que, junto con los vitales datos técnicos sobre el aterrizaje, serán enviados a TGO para su posterior envío a La Tierra. Aunque su vida será corta, apenas de 8 días marcianos, toda esta información será clave para preparar la llegada de ExoMars, e incluso un fracaso ofrecería valiosas pistas de aquellos que hay que evitar para que el auténtico objetivo de la ESA, poner a este vehículo sobre la superficie de Marte, se convierta en una exitosa realidad.
El módulo EDM inicia su descenso hacia Marte después de separarse de la sonda TGO.
Aterrizaje de EDM, en si mismo un ejercicio práctico para preparar la llegada, en 2018, de ExoMars.
Un módelo, a escala real, de EDM.
Agitando a ExoMars
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