Imaginando la presencia humana en el planeta más hostil imaginable.
Llegamos a Venus después de nuestra estancia en Mercurio. Vivir en este último era realmente duro, ni tan solo disponiendo de la tecnología necesario para ello, así que decidimos alejarnos un poco más del Sol y dirigirnos al considerado gemelo de La Tierra, aunque en realidad, dejando de lado su tamaño, pocos lugares más alejados del templado, húmedo y acogedor ambiente terrestre, encontraremos en el Sistema Solar. Casi es como visitar el lado opuesto de una misma moneda, lo que podría haber sido nuestro planeta si las cosas hubieran ido terriblemente mal en su evolución climática, y posiblemente su destino de haber nacido algo más cerca de nuestra estrella.
Una vez construida nuestra base en alguna de las grandes llanuras que componen la mayor parte de su superficie llega la hora de dar un pequeño paseo por este nuevo y hostil mundo. Pero no sería una experiencia agradable, ya que deberíamos afrontar temperaturas de 465 Cº, fruto de una gruesa atmósfera compuesta casi en su totalidad de dióxido de carbono, que alimentan un efecto invernadero fuera de control. Necesitaríamos un traje espacial capaz de mantenernos refrigerados en lo que, básicamente, es un horno planetario. Y con presiones de 90 atmósferas terrestres, equivalente a estar a 1 Kilómetro de profundidad en el océano. Dicho traje debería tener la resistencia de un sumergible. Y de los más sólidos.
El propio acto de caminar no sería sencillo. La gravedad de Venus es equivalente al 91 por ciento de la terrestre, por lo que podríamos saltar un poco más alto y los objetos se sentirían un poco más ligeros en Venus que en La Tierra, aunque posiblemente no notaríamos la diferencia. No podríamos decir lo mismo de su aire, tan denso que al mover los brazos rápidamente, sentiríamos una resistencia equivalente a la del agua. Hacer un poco de ejercicio "venusiano" sería como hacerlo dentro de una piscina, así que posiblemente estaríamos en bastante buena forma. Esta misma densidad haría que el tenue viento que reina en la superficie ejerciera una fuerza considerable, y no sería sencillo avanzar en su contra.
Más extraño nos resultaría aún su año: Venus tarda 225 días terrestres en girar alrededor del Sol y 243 días terrestres en girar sobre su eje, por lo que su día dura algo más que su año. Sería como asistir al amanecer el 1 de Enero y no verlo ponerse hasta Julio, y de ahí no asistir a un nuevo amanecer hasta Febrero-Marzo del año siguiente. A lo que se le sumaría que todo eso ocurriría en sentido opuesto a La Tierra, con el Sol moviéndose de oeste y este, fruto de su rotación retrógrada.
Aunque en realidad poco importaría, ya que la densa capa de nubes difuminaría el disco solar hasta el punto de no poder verlo. Por la noche, en cambio, Venus nos regalaría una noche profunda hasta más allá de la imaginación. Sin una Luna que la ilumine, sin estrellas que llenen el firmamento, solo quedaría la oscuridad absoluta, solo rota por ocasionales descargas eléctricas de la alta atmósfera.
Probablemente nunca sufríamos terremotos, ya que carece de la actividad de placas tectónicas que liberen el calor de su interior, como ocurre en La Tierra. En cambio, lo que podría suceder es que el este se acumule hasta alcanzar un punto crítico, y de repente liberarse en forma de actividad volcánica a gran escala que remodelaría parte de la superficie del planeta. Aumentos en la concentración de gases relacionados con el vulcanismo, seguido de un lento descenso, parecen apoyar este idea. Quizás deberíamos estar listos para salir corriendo en caso de una inesperada colada de magma.
No es quizás el mejor lugar para una larga estancia. Mejor hacer las maletas y buscar un nuevo hogar algo más cerca de casa. Próxima parada, La Luna.
Infografía: Viviendo en Venus.
What Would It Be Like to Live on Venus?
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