miércoles, marzo 01, 2017

Cuando llega la oscuridad

Retratando a lo largo de 30 años el lento desvanecimiento de la supernova 1987A.

El 23 de febrero de 1987 fue una fecha para recordar, especialmente para los habitantes del hemisferio sur de la Tierra. Ese día una nueva estrella aparecía en el firmamento, aunque en realidad era la luz final en la cataclísmica muerte de una de ellas. Una muerte en diferido, ya que la causante estaba muy lejos de nosotros, a 163.000 años-luz, y ese es el tiempo que tardó en alcanzarnos la onda expansiva de semejante evento. Y pese a ello fue visible a simple vista, mientras que un tsumani de Neutrinos atravesaba nuestro planeta, tal como registraron dos grandes detectores subterráneos  situados en Japón y EEUU, horas antes de que SN 1987A, como se la conocería oficialmente, fuera detectada de forma directa.

Era la primera supernova visible a simple vista desde hacia 383 años, y como no podía ser de otra forma, se convirtió en el centro absoluto de atención de todos los observatorios terrestres y orbitales disponibles. Este pico de interés duró cierto tiempo, antes de dirigirse hacia otros objetivos, pero nunca desaparición del todo. Bien al contrario, desde entonces y hasta la actualidad, la observación de los restos de SN 1987A nunca de detuvo, especialmente por parte del Hubble. Y gracias a ello ahora tenemos una imagen de su evolución a lo largo del tiempo, así como de fenómenos que ocurrieron no solo durante la explosión, sino mucho antes, durante los espasmos finales de la estrella.

A lo largo del estas 3 décadas hemos podido seguir los cambios que fueron ocurriendo desde entonces, especialmente destacando el anillo principal que brilla alrededor del remanente, del que el Hubble ha contribuido a mostrar que el material que lo forma, y más concretamente la parte interior, se expulsó de la estrella 20.000 años antes de que se produjera la detonación final.

Podemos reconstruir así que la emisión inicial de luz de la supernova iluminó estos anillos de materia, atenuándose a lo largo de la primera década. Pero entonces llegó la segunda ola, una veloz nube de gas proyectada por la detonación, cuyo impacto generó una potente onda a través del gas que lo calentó a altísimas temperaturas y generó una fuerte emisión de rayos X .Como resultado los cúmulos de gas más densos se fueran iluminando como una cadena de perlas, cada vez más numerosas, hasta que llegó a un punto máximo.Pero ahora se están apagando. Asistimos al final de un largo camino, el desenlace de una historia que empezó un 23 de febrero de 1987, cuando una estrella murió envuelta en un mar de luz más brillante que toda una galaxia, uno que ahora, lentamente,se está desvaneciendo en la oscuridad.

La segunda era de luz de SN 1987A. En 1994, 7 años después de la explosión, las primeras señales de la colisión entre el anillo de material externo, expulsado por la estrella 20.000 años antes de la detonación, con la ola de gas proyectado por la muerte misma de la estrella, se hicieron visibles, causando una onda de choque que calentó este primero, haciéndolo brillar en rayos x como un espectacular collar de perlas cada vez más intenso. Ahora está declinando lentamente.

SN 1987A en su máximo esplendor. Aunque parezca una estrella más de nuestra galaxia, en realidad ocurrió en la Gran Nube de Magallanes, una de las galaxias más cercanas, y aún así a 163.000 años-luz de distancia. 

En el final de una supernova

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