lunes, diciembre 04, 2017

Un último despertar

Utilizando impulsores que habían permanecido inactivos durante 37 años.

Si cogemos un coche, un televisor o cualquier ingenio tecnológico que lleva casi cuatro décadas inactivo y lo intentamos poner de nuevo en marcha, la respuesta más habitual será el silencio. El tiempo de inactividad habrá pasado factura, y a menos que pase por un proceso de revisión y puesta a punto seria y profunda, su destino estará sellado. A menos, claro está, que ese objeto se llame Voyager 1, porque entonces las posibilidades aumentan tan rápidamente como la distancia que nos separa de ella.

La Voyager 1 depende de unos serie de pequeños impulsores, conocidos como "de posición", para mantener la antena apuntando hacia la Tierra. Estos disparan pulsos diminutos, o "soplos", que duran apenas milisegundos, para hacerla girar sutilmente y de modo asegurar que se mantiene orientada. De lo contrario terminaría por girar sobre si misma sin control, y ello significaría el final. Por ello, a partir de 2014, se vivía una preocupación creciente con respecto a las señales de degradación, necesitando generar más "soplos" para generar la misma energía. También a ellos la fría oscuridad del tiempo les estaba pasando factura. No es que fueran a dejar de funcionar de forma inminente, pero ciertamente ponían un final de la misión algo más pronto de lo deseado.

Se creó un equipo de expertos en propulsión del Jet Propulsion analizó las opciones y predijo cómo respondería la nave espacial en diferentes escenarios. Y acordaron una solución inesperada: Intentar reactivar un conjunto de propulsores que habían estado dormidos durante 37 años.

En los primeros días de la misión, durante su exploración de Júpiter, Saturno, la Voyager 1 necesitaba maniobrar con precisión y poder los instrumento a toda una serie de objetivos tan variados como numerosos. Para ello los controladores de vuelo utilizaban, además de los impulsores de posición, los llamados TCM (maniobra de corrección de trayectoria), idénticos en tamaño y funcionalidad a los primeros, y ubicados en la parte posterior de la nave espacial. Pero una vez abandonado el plano de los planetas y ya en rumbo hacia las estrellas ya no fue necesario recurrir a ellos. El 8 de Noviembre de 1980 lanzaron su último aliento, y desde entonces habían permanecido en silencio.

Un largo sueño que terminó el pasado 28 de Noviembre, cuando se enviaron ordenes a la Voyager 1 para que los reactivara y los hiciera emitir un fugaz "soplo", apenas unos 10 milisegundos, suficientemente cortos para no afectar a la sonda, pero si suficientemente prolongado para poder comprobar si eran operativos, y de serlo si lo suficiente para poder confiar en ellos. La respuesta no pudo ser mejor, ya que actuaron como si el tiempo ni hubiera pasado, exactamente como lo harían los de posición."El estado de ánimo fue de alivio, alegría e incredulidad después de presenciar que estos impulsores bien descansados tomaron el testigo como si no hubiera pasado el tiempo", explica Todd Barber, ingeniero del JPL. Un resultado tan positivo que esto mismo se aplicará ya a la Voyager 2, aunque en su caso aún nos se han detectado señales de degradación en sus impulsores de posición.

El plan previsto es cambiar todas las operaciones a los TCM en Enero de 2018. Estos necesitan cierta cantidad extra de energía, activar una serie de calentadores, lo que es un recurso limitado para una sonda ya tan veterana cuya capacidad de generarla esta descendiendo paulatinamente. Por ello seguirán en activo hasta que la energía disponible ya no sea suficiente para ello, momento en que se pasará de nuevo a los propulsores de posición, mientras que los TCM se dormirán de nuevo, y esta vez para siempre. Habrá sido su servicio final a una misión destinada a permanecer para siempre en el recuerdo. Por todo lo logrado, por todo lo que significa, y como no, por haber sido un ingenio de una fiabilidad y duración que superó todos nuestros más locos sueños.

Los viajeros de la eternidad. 

Voyager 1 Fires Up Thrusters After 37 Years

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