sábado, mayo 23, 2015

Un último viaje hacia la oscuridad

El gran cementerio de naves espaciales del Pacífico.

En una zona remota del océano, al sureste de Nueva Zelanda, se extiende un gran cementerio, donde los que antaño fueron grandes viajeros ahora duerme para siempre en la fría oscuridad. No se trata de personas, ni tan solo barcos o aviones, sino de llegadas de mucho más lejos: 145 Progress rusas, 4 HTV de Japón, y 5 de Vehículos transferencia automatizada de la ESA, junto con 6 estaciones espaciales rusa Salyut y el venerable estación espacial Mir. Todas ellas en su momento viajaron más allá de la atmósfera, todas ellas ahora permanecen en las profundidades. Es el destino de cualquier nave no recuperable que regresa a La Tierra de forma controlada. 

Las Agencias espaciales del mundo la  llaman "zona deshabitada del Pacífico Sur", pero también cementerio de naves No hay islas, las playas más cercanas están a miles de kilómetros de distancia, y el tráfico marítimo es relativamente escaso. Es por tanto un lugar ideal para enviar a morir a los vehículos espaciales sin que sus restos, ya fragmentados y carbonizados por la fricción atmosférica, pongan en peligro ninguna  región habitada. Y se necesita que sea una zona amplia, porque aunque el punto de entrada esta planificado de antemano, cualquier control desaparece en el momento en que se inicia la desintegración. Por ello esta región del Pacífico, cerca del conocido como "Punto Nemo", que marca el lugar más alejado de cualquier tierra emergida del planeta, no podía ser más ideal.

"Incluso en las entradas controladas, no hay un punto de aterrizaje", explica Holger Krag, jefe de la Oficina de Desechos Espaciales de la ESA, a finales de 2013, justo antes de que el tercer ATV de la ESA, Edoardo Amaldi, se uniera a sus predecesores. "La naturaleza del proceso de fragmentación implica que tenemos que limpiar una zona bastante grande para asegurarse de que todos los fragmentos caerán dentro del área designada, porque no van a caer en un solo lugar". Unos días antes, la agencia espacial dueña de la nave espacial lo notifica a las autoridades de aviación y marítimas en Chile y Nueva Zelanda, que comparten la responsabilidad por el tráfico en este tramo remoto del océano. Les ofrecen información sobre los tiempos de reingreso esperados y donde es probable que caigan los restos, y ellas a su vez son las responsables de emitir a los avisos necesarios, tanto a aviones como buques mercantes, advirtiéndoles de evitar la zona.

Y con ello puede iniciarse el último viaje, que llevará los restos hasta las profundidades oceánicas, a unos 4 kilómetros de profundidad, para unirse a todos aquellos que alcanzaron las estrellas antes que ella, y que también afrontaron antes su inevitable final. Allí dormirán para siempre en la más completa oscuridad, con temperaturas apenas por encima del punto de congelación del agua. Navegaron por el frío y la oscuridad, y terminaron, después de unos instantes de luz y calor, descansando en el frío y la oscuridad. En cierta forma es como si hubieran regresado al lugar al que siempre pertenecieron.

El "Punto Nemo", el lugar más alejado de cualquier tierra emergida. Ideal para que las naves destinadas a la desintegración atmosférica lo hagan sin ningún peligro.

Un ejemplo de nave desintegrándose sobre el Pacífico. Aunque el punto de entrada esta calculado, una vez se convierte en múltiples fragmentos estos pueden dispersarse en una amplia zona, de ahí que el Pacífico sea un lugar ideal para este tipo de operaciones.
Los "restos mortales" de más de 160 naves y estaciones espaciales descansan en el fondo del océano Pacífico. Un auténtico tesoro arqueológico para los exploradores del futuro.

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