lunes, mayo 26, 2014

Cuando caen las estrellas

Las Camelopardálidas brillaron en el firmamento aunque sin cumplir las expectativas más optimistas.

Las conocidas como "lluvia de estrellas" son, básicamente, el paso de La Tierra, en su viaje alrededor del Sol, por la corriente de partículas dejadas atrás por otro cuerpo celeste, casi siempre cometas, que al igual que nuestro planeta se mueven siguiendo sus propias órbitas. Por ello estas se suelen repetir de forma periódica, como el caso de las Perseidas, que tienen su origen en el cometa 109P/Swift-Tuttle, o las Eta Acuáridas, que tienen como progenitor nada más y nada menos que al más famoso de todos ellos, el Halley, y su intensidad suele depender de si ese año nos encontramos con una parte especialmente densa de ese camino de partículas, que puede corresponden a una explosión de actividad ocurrida en algún momento de su paso por el Perhelio o por el paso reciente del propio viajero. Es en esos momentos cuando pueden ocurrir las "tormentas de estrellas", con un ritmo de meteoros que pueden llegar a centenares a la Hora. Las Leónidas de 1833 son un espectacular ejemplo de ello.
  
209P/LINEAR es un cometa de corto periodo (5 años) y baja actividad (hasta el punto de que muchos lo clasifican directamente extinto), descubierto en 2004 y cuya órbita es perturbada por Júpiter, pues su afelio lo aproxima mucho cerca a la órbita del planeta gigante. En realidad el enorme campo gravitatorio de este mundo inmenso es el principal responsable de que muchos cometas de largo periodo terminen atrapados en otras de corto periodo, lo que explica el motivo por el cual estos últimos siguen existiendo después de miles de millones de años, ya que su esperanza de vida activa, como es sencillo imaginar, no es demasiado alta. La gran cantidad de cometas que tiene afelios próximos a este "tirano" gravitatorio dejan clara lo efectivo que es atrapando a estos pequeños visitantes.

Pequeño y muy poco activo. Esto lo convierte en un objetivo muy poco interesante, pero en 2006 Esko Lyytinen y Peter Jenniskens hicieron pública una predicción que indicaba que en Mayo de 2014 la Tierra se encontraría con el polvo dejado por este cometa en pasos antiguo, correspondiente al periodo entre los siglos XIX y XX, generando una "nueva" lluvia de estrellas, aunque de baja intensidad. En 2012, J. Verbaillon examinó el caso con más detalle, señalando la posiblidad de que nos encontraramos con los rastros de polvo expulsados entre 1803 y 1924, sugiriendo que la lluvia podría convertirse en tormenta. Otros científicos hicieron sus propias prediciones, señalando que al desconocer cuan activo era el cometa en tiempos pasados podríamos tener una agradable sorpresa. En todo momento los astrónomos señalaron esto como una posibilidad.

Desgraciadamente, como suele ser habitual en estos temas, los medios de información dejaron de lado el concepto "posibilidad", y se anunció como un acontecimiento seguro y confirmado, con titulares que en el mejor de los casos era incorrecto y en el peor de ellos absolutamente imaginativo ("La Tierra cruzará la cola de un cometa" está entre las "mejores"). Y ya sabemos que cuando esto ocurre, lo que es más habitual de lo que debería, al final, para el gran público que se informa a través de ellos, los culpables suelen ser los científicos a los que se atribuyen afirmaciones que nunca realizaron.

Y así ocurrió con esta lluvia de estrellas anunciadas, conocidas como Camelopardálidas. Llegaron tal que se esperaba, a la hora y desde la zona del firmamento estimada, lo que resulta un éxito de calculo mas que notable por parte de los astrónomos, teniendo en cuenta de que se trataba de un acontecimiento único que implicaba nubes de partículas emitidas por un pequeño cometa de órbita inestable hace más de un siglo, pero estuvieron lejor de ofrecer el espectáculo que algunos esperaban y que se estimaba posible. En defintiva fué una lluvia de estrellas de baja intensidad,  curiosamente lo que estimaban Esko Lyytinen y Peter Jenniskens en 2006, antes de que otros elevaran los números a cifras claramente excesivas.

Una sobrestimación de la cantidad de partículas dejadas por este cometa de poca actividad entre 1803 y 1924 parece ser la explicación más plausible, a la que se añade un tamaño menor del previsto (de ahí la casi ausencia de bólidos) la baja velocidad relativa de estas con respecto a La Tierra, que las hizo incinerarse en la atmósfera sin llegar a brillar lo suficiente para hacerse visible. Así lo parece indicar observaciones en radio, que registraron entre 60 y 120 estrellas fugaces por hora, con el pico máximo a la hora que se había calculado, pero en su inmensa mayoría fueron ecos débiles, inobservables a simple vista. Las Camelopardálidas estuvieron ahí,  pero las circunstancias no jugaron a nuestro favor.

En definitiva una lluvia de estrellas no demasiado intensa, de la que quizás se tenían demasiadas esperanzas depositadas y que nos enseña varias cosas: Que en estos temas hay que ser siempre prudente y, por encima de todo, que hay que informarse en lugares especializados, lejos del sensacionalismo y la audiencia a cualquier precio de los generalistas. Tenedlo siempre en cuenta.

Aunque escasas, las Camelopardálidas hicieron acto de presencia tal y como estaba calculado. Para las que se desintegraron en la atmósfera era el final de un viaje de más de un siglo.

Representación artística de las Leónidas de 1833 (derecha), que causo alarma y hasta historia religiosa, y de 1866, que se convirtieron en aquellas ocasiones en tormentas de estrella, al cruzar La Tierra por zonas especialmente densas del rastro de partículas del cometa Tempel-Tuttle. 

¿Decepcionantes Camelopardálidas?

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